Domingo, 21 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6244.
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CONVULSION EN ORIENTE PROXIMO / El caos de Bagdad
Con los pescadores de cadáveres del Tigris
El río Tigris, inspiración de poetas, es hoy un basurero de la muerte que refleja la atroz guerra civil que sufre Bagdad
JAVIER ESPINOSA. Enviado especial

BAGDAD.- La aparición de los primeros cadáveres no sorprendió a Adnar Nuri. El pescador de 70 años recuerda que antes de la invasión en 2003 también solían encontrar algún cuerpo flotando en el río.

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Sin embargo, Nuri comprendió que ambas situaciones no guardaban ningún paralelismo cuando encontró una cabeza emergiendo de una cloaca. «Ahí estaba. Envuelta en una tela. Era un hombre de 30 años. No tenía disparos. No hacía falta», asegura cuando se aproxima al desagüe donde se produjo el macabro hallazgo.

El iraquí intenta que su barca permanezca cuanto más tiempo posible debajo de uno de los puentes que cruzan el río. «Es para evitar las balas que caen del cielo», apunta.

Nuri recuerda con añoranza los tiempos dorados del Tigris. Un torrente de agua con más de 6.000 años de Historia que inmortalizó en verso el gran poeta Muhammad Al-Jawahiri. Aquel río repleto de los tradicionales botes redondos (los Quffa) o de barcazas llenas de turistas, donde abundaba la pesca. «Hoy sólo pescamos cadáveres. El río es un basurero para los asesinos. Es un ejemplo de la tragedia que sufrimos», indica el iraquí.

Antes, Nuri aprovechaba la bonanza para aleccionar a los visitantes sobre los cientos de años que permanecen anclados en los márgenes del caudal. Legados como el Palacio Abasid del siglo XII -ubicado cerca del puente 17 de Julio- o el famoso Colegio Mustansiriyah, de la misma época. Hoy su conversación deriva hacia el horror más absoluto.

«En verano los cuerpos salían a la superficie en menos de 24 horas. Se hinchaban por el calor. Pero en invierno tardan más. Cuatro o cinco días. Empezaron a aparecer hace un año. A veces los vemos pasar con la corriente y llamamos a la policía. Otras veces se enganchan en nuestras redes, mientras pescamos. Hay de todo: hombres, mujeres. Algunos decapitados. Siempre los encontramos con las manos y las piernas atadas, y disparos. Lo peor es cuando los tiran al río con ladrillos atados a los pies. Entonces se quedan sumergidos, hinchados y flotando entre las aguas, y los muerden los peces», explica.

El testimonio de Adnar Nuri tan sólo confirma el dislocado clímax que ha alcanzado la guerra civil que sacude a Irak, y en especial el conflicto que se libra por el control de Bagdad. La capital se ha convertido en una villa donde proliferan los escuadrones de la muerte, los falsos controles donde se asesina siguiendo patrones sectarios y los coches bomba. Una ciudad donde en cada jornada aparecen decenas y decenas de cuerpos con signos de haber sido ejecutados.

Muchos terminan en el Tigris. Los integrantes de la policía fluvial han identificado incluso el punto del caudal donde se acumulan más despojos humanos, en palabras de Haidar al-Mayahi, un agente de 22 años. «Debajo del puente colgante. Clavaron unos hierros en el lecho del río y allí se quedan atrapados cuando vienen flotando», explica.

Como Adnar Nuri, los uniformados -que patrullan en lanchas rápidas protegidas por ametralladoras pesadas- se han acostumbrado a certificar el espanto en que se ha sumido el río. «Yo he sacado ya 50 cuerpos», asume Hussin Ali, un buzo que lleva 35 años en la unidad policial. El goteo de cadáveres se torna en flujo pavoroso en Suwayrah, a unos 30 kilómetros al sur de Bagdad. Allí las autoridades iraquíes instalaron hace años 14 redes metálicas para intentar limpiar el cauce de plantas y desperdicios. Ahora también recolectan restos humanos. En los primeros 11 meses de 2006 se encontraron 366 cuerpos en ese lugar, según las estadísticas que manera el Ministerio de Salud.

Sometidos a la presión que genera este escenario anárquico, los iraquíes han olvidado décadas de convivencia para atrincherarse en el odio sectario, alentado especialmente por las nuevas emisoras de televisión del tipo de Al Forat, órgano de expresión del chií Consejo Supremo de la Revolución Islámica, o Zawraa, una cadena que se ha erigido en el principal portavoz de la guerrilla suní.

Para el profesor Ibrahim Al-Marashi, un iraquí con nacionalidad también americana, que ha publicado un reciente estudio sobre la influencia sectaria en los medios de comunicación locales, éstos han alcanzado ya el nivel tres en una escala de cuatro, cuyo máximo exponente sería la tristemente célebre Radio Mil Colinas que alentó el genocidio tutsi en Ruanda.

«En Irak se han formado imperios etnosectarios. Están sentando las bases para odiar al otro. Mientras algunos observadores discuten sobre si hay una guerra civil en Irak, al menos en los medios ya hay una guerra civil de palabras», escribía Al-Marashi en su investigación, difundida en diciembre.

La animadversión confesional ha encontrado su expresión más irracional en el furor que se ha desatado en la ciudad en torno a los timbres de teléfonos móviles que afirman la filiación comunitaria del portador.

Propietario de un pequeño negocio dedicado a la venta de móviles instalado en Shaab -un suburbio chií sito al este de Bagdad-, Abu Haidar Ali Ismail, de 30 años, aclara que la popularidad de esos estribillos musicales se disparó durante 2006. «Es cosa de jóvenes, que se intercambian las melodías, las descargan de Internet o las copian de los CD que compran», comenta el joven, que exhibe toda una retahíla de sonidos a cada cual más fanático. Según él, los más populares entre los chiíes son los que cantan las proezas de Muktada al Sadr -los llaman tonos Muktada, en alusión al clérigo rebelde-, los que aluden al reverenciado imam Hussein y, sobre todo, las composiciones antitakfiris (así se refieren a los activistas suníes más radicales) de Riad al Wadi, un poeta que reside en Ciudad Sadr.

Ali Ismail hace sonar el teléfono y entonces se escucha una de las incendiarias creaciones de Riad al Wadi, dedicada a los habitantes del barrio de Fadil, un reducto de la guerrilla suní. «Ahora los de Fadil se creen hombres y no saben que son hijos de trileros, son los hijos de la tía Mediha y la tía Fausía (conocidos sobrenombres de prostitutas iraquíes). Al Fadil es conocido porque allí el honor está prohibido. Todas son putas», reza el estribillo.

«Los suníes prefieren canciones de Sabah al-Jenabi», añade Ali Ismail, que también dispone en su móvil de tonos del artista aludido. «Los cielos están llenos de los disparos del Barnau (un fusil muy antiguo) y el mortero empieza a bombardear en Faluya y Ameriya (ambos enclaves suníes). Siempre matamos al enemigo, especialmente a los Rafidain (apodo despectivo de los chiíes)», se escucha en la música.

Al socaire de esta creciente fobia partidista, la capital asiste a una acelerada redistribución demográfica en la que los suníes -que antes de 2003 eran mayoría en la población- parecen encontrarse a la defensiva.

Los propios mandos norteamericanos admitieron en diciembre al diario The New York Times que los grupos armados chiíes han conseguido limpiar al menos 10 barrios que hasta el 2006 eran mixtos, reforzando así el dominio político que ya ejercen sobre una ciudad en cuyo ayuntamiento sólo uno de los 51 concejales es suní.

«No es excluible que muy pronto Bagdad se convierta en una ciudad predominantemente chií, si es que no lo es ya», confirmó un diplomático occidental a este diario.

Con la redefinición sectaria de Bagdad se han multiplicado los bombardeos entre barrios de comunidades opuestas, especialmente en noviembre, incidiendo en la escalada militar que registra la villa. Como escribía el 20 de septiembre el analista del diario Azzaman -el principal del país- Hadi Maraai, estos ataques demuestran que «el conflicto sectario ha tomado una peligrosa dirección. Estamos a las puertas de una guerra civil a toda escala. En Bagdad los morteros comienzan a caer cuando llega la noche. Es un campo de batalla entre los diferentes barrios residenciales».

En el arrabal de Gazaliya, la nutrida presencia de grupos armados suníes no ha impedido que los activistas del clérigo chií Muktada Al Sadr hayan avanzado sus líneas desde el adyacente barrio de Shula, expulsando a cientos de familias.

Algunos habitantes suníes de Gazaliya, como Jalil (no quiere dar su apellido), no acusan sólo a los milicianos chiíes de la tragedia que sufren. También reparten culpas con los comandos radicales que se han asentado en este suburbio, al oeste de Bagdad.

Jalil estuvo a punto de ser ejecutado, pero no por los seguidores de Muktada, sino por insurgentes suníes afectos a la ideología más extrema. El 6 de enero, el iraquí descubrió en un descampado cercano a su domicilio un cadáver que era devorado por los perros. Al acercarse a sacarle una foto, dos vehículos se aproximaron a gran velocidad. Todavía tuvo tiempo de intentar huir en medio de una escena propia de cualquier película de acción. «Disparaban al aire para que me detuviera. Sólo me atraparon porque metí la rueda en un desagüe y explotó. Resulta que el cadáver era una trampa. Había una bomba escondida a su lado y estaban esperando que viniera el Ejército a recogerlo para hacerla explotar. Pensaron que era un espía o algo así», relató.

Los alzados secuestraron al habitante de Gazaliya durante casi dos días, en los que no dejaron de interrogarle y golpearle. Él mismo cree que sólo salvó la vida porque sus vecinos presenciaron la escena y dieron la alerta. «Este grupo no es del barrio. Mis vecinos avisaron al imam y habló con ellos. Les dijo que yo era de confianza y que, si me hacían algo, se encargaría de que todos fueran asesinados», añade.

Para recuperar la libertad, Jalil tuvo todavía que desembolsar 3.000 dólares a sus captores. Ahora ha decidido abandonar el país, sumándose al ingente éxodo que registra Irak. «Esto es una locura. Al principio pensábamos que el enemigo eran los americanos, después las milicias chiíes y ahora ya no sabes de dónde viene el peligro», dijo tres días después de su liberación.

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