En un pasadizo interior de la céntrica avenida Terazije, en pleno centro de Belgrado, junto a un vendedor de castañas asadas que frunce el ceño si se le cita al reformista Boris Djelic y sonríe abiertamente al oír el nombre del ultranacionalista Tomislav Nicolic, cohabitan las Dos Serbias que polarizan al país balcánico y que hoy batirán sus fuerzas en las elecciones legislativas.
La primera de ellas pasea sin prisa en esta mañana [por ayer], segunda jornada de reflexión. No se diferencia en nada a quienes pululan por zonas comerciales de cualquier otra ciudad del oeste de Europa: gafas de sol enormes, vestuario moderno que no dudarán en ampliar si encuentran algo que les guste y grandes bolsas con las compras de la jornada.
Marko, informático, forma parte de esta Serbia y, por supuesto, votará hoy al Partido Democrático (DS) de Djelic. «Estamos hartos de ser ciudadanos de segunda clase y de las paranoias nacionalistas. Hay que seguir avanzando hacia Europa y eso significa continuar con las reformas».
A su lado, una decena de vendedores de gorros, guantes y bufandas hechas a mano esperan con cara aburrida a que cualquiera de los caminantes se fije en su género, algo casi imposible para un invierno que no se decide a aparecer.
Son los perdedores de la transición iniciada en 2000, tras la caída de Slobodan Milosevic, y cuyas privatizaciones dejan un saldo del 30% de desempleados. Son serbios que intentan sobrevivir con un sueldo medio de 250 euros (con pensiones de 150), en un país donde los precios rayan la media de la UE, los que no se han beneficiado de la mejora macroeconómica, y a los que les da igual que el crecimiento nacional haya sido del 15% y que el déficit se redujera al 6,6%.
Y son, en definitiva, la reserva espiritual de votos del Partido Radical Serbio (SRS) de Nicolic, cuyo bastión en la capital es el barrio de Zemun. Para muchos de ellos, el reloj del orgullo serbio quedó congelado en 1999, tras los bombardeos de la OTAN por la limpieza étnica en Kosovo.
Pese a ello, a los vendedores del pasadizo no les gusta reconocer que apoyan a los ultranacionalistas. Pero sí aceptan criticar al Gobierno de Vojislav Kostunica. «Toda Serbia es un caos. Las privatizaciones están dejando a mucha gente en la calle. Los que viven mejor o creen que lo harán con las reformas votarán por el DS; el resto lo hará por Nicolic o se quedará en casa».
La baja participación de los 6,6 millones de serbios con derecho a voto es uno de los principales problemas de las fuerzas políticas proeuropeas, como reconocía a EL MUNDO un miembro del Gobierno serbio. Y una tasa reducida, como la del referéndum de 2006 (53%) para la nueva Constitución, beneficiaría a los radicales, a quienes las encuestas otorgan hasta un 30% de sufragios, frente al 25% del DS de Djelic y el 20% del Partido Democrático de Serbia (DSS) del nacionalista moderado Kostunica.
Otros grupos pelearán por lograr la cota del 5% que les llevaría al Parlamento, entre ellos, el G-17 Plus, formado por economistas, el Partido Socialista Serbio, fundado por Milosevic, y el Partido Liberal-Democrático.
Y si hay algo que une a las Dos Serbias es el pesimismo y la decepción que se percibe a los pocos minutos. Ese sentimiento es el que dominaba, por ejemplo, a un taxista musulmán que suele trabajar con extranjeros y que no sabe si votará hoy. El conductor nació hace 50 años en Belgrado y echa pestes de los serbios. «Este país nunca podrá ir bien», asegura apoyado en su decrépito Mercedes, en la plaza de la República.