Lunes, 22 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6245.
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LOS DELIRIOS DE DAVID LYNCH / El director de 'Twin Peaks' regresa con 'Inland Empire', «una colección de retratos sin argumento», y publica un libro que indaga en la raíz de su proceso creativo / Quiere crear 8.000 centros de paz
«La meditación lleva alimentándome 33 años»
CARLOS FRESNEDA. Corresponsal

NUEVA YORK.- Digamos que Inland Empire es una película larga que nadie entiende, en la que una actriz que interpeta a una actriz -Laura Dern- se pasa tres horas subiendo escaleras en penumbra y avanzado por patéticos pasillos, abriendo puertas desconchadas y descorriendo cortinas rojas, temiendo que le claven un destornillador en el bajo vientre, hostigada por un harén de prostitutas, por un elenco de inquietantes polacos y por tres inmutables conejos gigantes.

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Alimentemos el desconcierto con un libro, Catching the Big Fish, que el propio David Lynch ha querido publicar simultáneamente para indagar en la raíz de su delirante proceso creativo: «Las ideas son como peces. Si quieres peces pequeños, quédate flotando en la superficie. Si quieres capturar el pez gordo, tienes que ir a aguas más profundas».

Lynch se resiste a explicar lo inexplicable, pero en su libro nos da al menos pequeñas pistas que arrojan algo de luz en los momentos peor iluminados de sus películas, desde aquel Eraserhead, que rompió moldes (la epifanía le vino leyendo una frase de la Biblia) al 'eureka' que precedió al éxito de Mulholland Drive (la clave la encontró en plena meditación trascendental).

No es la primera vez que el creador de Blue Velvet y de la serie Twin Peaks revela su condición de pescador de la conciencia. Sus películas están pobladas por «soñadores que sueñan que viven dentro de un sueño» (en palabras suyas) y esa dimensión onírica es la que atrapa o estrangula al espectador. Pero nunca había llegado Lynch tan lejos o tan dentro en su empeño, como si necesitara justiticarse.

«La meditación te lleva a un océano de pura conciencia, de puro conocimiento», escribe en Capturando el Pez Gordo. «La rabia, la depresión y el dolor son buenos elementos para una historia, pero son como el veneno para un director de cine o para un artista. Son como un puño que no deja circular la creatividad. Tienes que tener claridad para crear. Tienes que ser capaz de pescar las ideas».

Durante la presentación de su última película, Inland Empire, en el IFCCenter de Nueva York, hubo un espectador que preguntó: «¿Y cómo se explica la oscuridad, la violencia y las imágenes perturbadoras de su cine?». A lo que Lynch respondió con uno de sus proverbiales epigramas: «No necesitas sufrir para mostrar el dolor».

Digamos que Laura Dern sufre lo indecible en Inland Empire, la primera película del director desde su celebrada Mulholland Drive. La definición más aproximada del filme la dio tal vez el director del Festival de Cine de Nueva York, Richard Peña: «Se trata de una colección de retazos sin argumento que exploran los temas en los que Lynch ha estado trabajando durante años».

La historia arrancó con una serie experimental de cortes de Laura Dern, buscando no se sabe muy bien el qué («siempre me he sentido más cercano a los misterios domésticos que a los que afectan al Gobierno y a los países extranjeros», confiesa el director). Las escenas se grabaron en vídeo digital, lo que permitió un seguimiento -más bien un asedio- que acentuó aún más el efecto Lynch.

Dern interpreta a una actriz a la busca del papel de su vida, y, cuando parece que lo ha encontrado, cae en las garras del galán y en las de su marido celoso. Como un río surrealista, va aflorando poco a poco la trama polaca. Primero es una vecina alucinada que vive en Los Angeles y que es capaz de eliminar el antes y el después. La acción se traslada fugazmante a Lodz, con actores locales que confiesan que no tenían ni idea de lo que se cocía a sus espaldas. Lynch les entregaba cada mañana varias páginas recién escritas en el desayuno y no se hable más.

El resultado es un viaje de lejanas resonancias, emparentado con la náusea final de Mulholland Drive. La crítica se dividió en el Festival de Venecia, donde Lynch recibió un León de Oro por su carrera. El New York Times la acogió como «irregularmente brillante». El propio Lynch, a través de su compañía Absurda, ha querido tener un control muy estrecho de su distribución, amarrando el estreno en tres salas -Nueva York, Boston y Los Angeles- y confiando en el efecto boca a boca.

Como parte indisoluble de la promoción, Lynch se ha apoyado en el lanzamiento de su libro. «La meditación es el pan que alimenta mi creatividad desde hace 33 años», dice, cuando empezó a practicar con un mantra que le cedió una profesora de yoga que se parecía a Doris Day.

Practica con regularidad dos veces al día, aunque procura no revestirlo de ninguna connotación religiosa. Catching the Fish está cuajado de citas de los Upanishads, el Bhagavad-Gita y otros libros sagrados, pero Lynch insiste en la dimensión creativa de meditación, en sus efectos pacificadores (está empeñado en impulsar la creación de 8.000 centros de paz y meditación en todo el mundo) y en la verdad última: «Poco a poco eres más tú mismo».

Su cine, afirma, se ha ido definiendo de la misma manera y, aunque Eraserhead sigue siendo su filme más espiritual, el que más satisfecho le ha dejado ha sido Inland Empire. Todos ellos, menos uno, los salvaría de la quema: «Dune fue un gran fracaso. Supe que me iba a meter en problemas desde el momento en que accedí a no tener en mis manos el corte final (...). Gracias a la meditación conseguí superar ese trago. Pero esa experiencia ha matado a muchos. Les ha hecho no querer hacer cine nunca más».


Una vaca en Sunset Boulevard

Hay una vaca en Sunset Boulevard pastando apaciblemente en presencia de David Lynch y de decenas de curiosos que se asoman a ver qué pasa, bajo la mirada atónita de los temibles policías de Los Angeles, que no saben si llevarse en volandas al director (y a la vaca) o si ponerles una multa por alteración del orden público.

Pero no hay ninguna ley que prohíba 'aparcar' una vaca para promocionar una película o, en este caso, catapultar una candidatura a los Oscar.

Mientras los grandes estudios se gastan millones de dólares en promocionar sus películas y envían miles de DVDs a los miembros de la Academia, David Lynch echa raíces en un aparcamiento de Hollywood con su vaca, la mirada puesta en el Kodak Theater.

«Para su consideración», puede leerse en un cartel enorme desplegado a sus espaldas, con una foto de su musa en uno de los momento más desesperantes de 'Inland Empire'. «Estoy aquí para para promocionar la candidatura de Laura Dern a la mejor actriz porque pienso que todos ustedes estarán de acuerdo en su increíble interpretación», asegura pacientemente Lynch.

¿Y la vaca? «Pienso que a la Academia le encanta el 'showbusiness', y esta es la estrategia del 'showbusiness'».

Alguien le pide que sea más explícito, y apunta a una pancarta donde puede leerse: «Sin queso no habría sido posible 'Inland Empire'». Pues resulta que a Lynch le priva el queso casi tanto como el tabaco y el café (ha sacado su propia marca, que se degusta en los cines donde se proyecta su película).

La historia de Lynch y las vacas viene de antiguo, cuando le encomendaron una vaca de fibra de plástico para la exposición 'Cowparade' en Nueva York, allá por el 2000, y el comisario de turno rechazó su contribución por creer que violaba las normas del buen gusto. Se titulaba 'Eat my fear' ('Cómete mi miedo'), y estaba decapitada y semidescuartizada, lista para hacer filetes.

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