RUBÉN AMON. Corresponsal
PARIS.-
José Manuel Zapata (Granada, 1975) tuvo un pasado oscuro. Cantaba en su propia casa el repertorio romanticón de José Luis Perales sin imaginarse que el Metropolitan de Nueva York podría proponerle años después un contrato para El barbero de Sevilla. De hecho, no conocía el género de la ópera ni diferenciaba la voz de Pavarotti. Tampoco podía sospechar que su primer viaje a París, ya mayorzón, consistiría en subirse al escenario de Le Châtelet para desempolvar La pietra del paragone.
Así se llama la ópera de Rossini que Zapata protagoniza estos días a orillas del Sena. Ya la había interpretado con éxito en el Teatro Reggio de Parma (diciembre 2006), pero el compromiso francés reviste más importancia por la dimensión internacional y por la evidente repercusión de la crítica.
Sirvan como ejemplo los elogios que podían leerse el sábado en la edición incondicional de Libération. Nos cuenta el periódico que Zapata tiene una voz de oro y una calidad vocal apabullante, aunque el destinatario de los epítetos relativiza con sangre fría la tentación del triunfalismo.
«Ha sido una función muy feliz», explica Zapata. «Yo soy el primero en saber cuándo las cosas funcionan y cuándo se produce esa conexión mágica con el público. Me ha pasado aquí, pero trato de moverme con prudencia. No quiero que los éxitos me cambien. Partiendo de una idea que puede resultar sorprendente: la ópera no es la cosa más importante de mi vida».
Las conclusiones provienen seguramente de haber protagonizado una carrera bastante anómala y tardía. Resulta que el tenor granadino se inició accidentalmente en la ópera como voluntario de un coro amateur en Valencia, aunque el mayor flechazo provino de haber visto y escuchado el concierto de los tres tenores en vídeo... con dos años de retraso.
Ahora, José Manuel Zapata lleva cinco de profesional y presume de una agenda que compagina el repertorio contemporáneo -va a interpretar el estreno mundial de El viaje a Simorgh (Sánchez Verdú) en el Teatro Real- con su afinidad natural a los grandes compositores belcantistas.
De otro modo, el MET neoyorquino no le hubiera puesto delante un contrato de tres años -hará el Barbero y Armida de Rossini- ni tendría tantas ofertas para cantar Bellini y Donizetti en los grandes teatros europeos... y españoles. «Creo que las nuevas generaciones de cantantes hemos tenido la posibilidad de desarrollarnos en nuestro propio país. Sigue siendo muy importante la figura de tu propio profesor de canto, pero España ofrece una infraestructura y unas oportunidades que antes no existían. Hay talleres de ópera, repartos jóvenes. Comenzamos a apreciar que la ópera ya no es el privilegio de unos pocos. Se está democratizando», concluye José Manuel Zapata.
De Amenábar a Pavarotti
La voz de José Manuel Zapata es bastante conocida por los aficionados al cine. De hecho, conscientes o no, la han escuchado todos los millones de personas familiarizadas con Mar adentro de Alejandro Amenábar. Pues suya es la versión de Nessun dorma (Puccini) que aparece en el desenlace de la película.
«Fue una experiencia bastante insólita», recuerda José Manuel Zapata. Digamos que mi voz no es la más adecuada para ese aria tan popular. Puse algunas objeciones, aunque Amenábar me dijo que yo era el tenor que necesitaba. Creo que Pavarotti lo hubiera hecho mejor».
El homenaje de Zapata al tenor italiano se atiene a una devoción incondicional. No sólo porque se ha convertido en una figura totémica y porque lo considera una expresión solar del canto. También porque tuvo la experiencia de conocerlo personalmente. «Sí señor, yo he tocado a Pavarotti y he hablado con él. Un amigo común nos hizo de mediador para que pudiéramos encontrarnos. Ha sido uno de los días más felices de mi vida. Sin Pavaotti yo no creo que nunca hubiera sido tenor. Es el modelo ideal. Encarna la naturalidad y la luminosidad. No ha habido nadie como él», señala Zapata sin ganas de herir a sus ilustres compatriotas.
|