MIGUEL PRIETO
Después de 15 días, retornamos a la civilización. Donde más se nota es en la expresión de los rostros, tanto en los pilotos como en los miembros de la organización y periodistas. Ya hemos dejado atrás la tensión de los desayunos de cada mañana, con esa mirada que dice 'quiero llegar a Dakar'. A medida que la caravana se acerca al final, se habla cada vez menos. Sólo se piensa en que la suerte acompañe para que un fallo mecánico no eche por tierra todo el esfuerzo.
El sueño se ha cumplido. La llegada a Dakar es una explosión de júbilo y lo que menos importa a la mayoría es la clasificación. La posición final sólo preocupa a los equipos y a los diez primeros. De hecho, cuando ya se ha cumplido alrededor del 50 o el 75% de la prueba, la aglomeración alrededor de los paneles que coloca la organización para saber las posiciones se convierte en un desierto, con sólo dos o tres interesados por la diferencia con sus rivales. A esas alturas, la cabeza está con las familias que nos esperan en el Lago Rosa.
El último día, Dakar es lo más parecido a una feria. Es una fiesta durante todo el día, con un despliegue de medios por parte de los patrocinadores para atender a la gente, repartiendo refrescos y sonrisas. Una continua fiesta durante toda la jornada. Un día que para nosotros ha empezado a las cinco de la mañana, ya que para llegar a tiempo a la llegada hay que levantarse pronto. A partir de las once, la fiesta está servida. Los nativos ofrecen en sus tenderetes muñecas y una gran variedad de objetos de madera, en una tradición de 29 años. Y aunque ya han pasado 20, reconozco a aquellos chavales (hoy ya hombres) a los que obsequié con mi camiseta. El sábado en Tambacunda nos encontramos con un matrimonio amigo, que me invitó para que cogiera a su niño. Me emocioné cuando me dijeron que su segundo nombre sería Miguel.
En cuanto a los resultados, hegemonía francesa en coches y motos, y victoria de un belga en camiones. Pero como he comentado más arriba, las posiciones de cada uno son lo de menos. El orgullo es llegar... y poder darse una ducha. Este año, en ese aspecto, la organización ha mejorado bastante, ya que ha montado duchas en algunos puntos, aunque se seguían viendo en los campamentos a algunos que pretendían hacer su agosto vendiendo cubos de agua a cinco euros.
Quiero despedirme de todos los lectores y citarles, si Dios quiere, para la próxima edición. Me espera un largo viaje de vuelta, ya que regresaré con el camión hasta España, a donde no llegaré hasta el 1 de febrero.
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