E. I.
Hombre de pocas palabras, siempre con gesto serio y concentrado en su trabajo, Stéphane Peterhansel (Vesoul, Francia, 1965) quiso dedicar ayer su novena victoria en el Dakar, la tercera sobre cuatro ruedas, a su buen amigo Henri Magne, que falleció el pasado mes de junio cuando se encontraba disputando el Rally de Marruecos como copiloto de Nani Roma.
El piloto francés de Mitsubishi, el hombre que más triunfos finales suma en la historia del rally más duro del mundo, ayudó a la marca japonesa a acumular su séptimo título consecutivo para, de paso, engrosar su propio palmarés y distanciarse con sobrada solvencia de Cyril Neveu, con cinco victorias en motos. Peter, como se le conoce en el vivac, comparte su amor por los rallys y la competición con su novia Andrea Mayer, ex corredora de enduro y también piloto de rallys. Desde su primera participación, en 1980, sobre dos ruedas, Peterhansel se marcó como única obsesión ganar. Tuvieron que pasar 11 años para ver cumplido su sueño, para alzarse con su primer triunfo a los mandos de una Yamaha. Después vendrían otros dos más, consecutivos, y un paréntesis de un año para volver a alzar en lo más alto del podio el rostro del tuareg.
En 1997 y 1998 se hizo con las dos victorias que pondrían punto y final a su trayectoria en motos. Al año siguiente dio el salto a los coches para terminar séptimo en la general. Un debut prometedor, que un año después, con su segunda plaza, comenzó a anunciar lo que vendría después (victorias en 2004 y 2005). «En la última etapa africana [el pasado sábado] estuve muy nervioso y hoy [por ayer] reconozco que he ido muy lento por la playa. No era necesario hacer grandes demostraciones», confesó un prudente Peterhansel, que ha sabido aprender de los errores después de que el pasado año se estrellara contra un árbol cuando marchaba líder a falta de una etapa y se vio obligado a abandonar.
La misma cautela que ha demostrado en la presente edición, cuando optó por dejar a los Volkswagen que tomaran la iniciativa para él mantenerse agazapado a la espera de los errores de los rivales, como viejo zorro del desierto que es.
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