Lunes, 22 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6245.
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Ocio / Fiesta
Una vaquilla con Historia
Fresnedillas de la Oliva vivió, en el día de San Sebastián, una nueva edición de esta celebración popular que une rito y desenfreno
ADRIAN CORNEJO

Cada 20 de enero, festividad de San Sebastián, truene, nieve o haga calor (como este año), el pueblo de Fresnedillas de la Oliva sale a la calle, para soltar a su vaquilla. Los 1.300 habitantes y muchos curiosos beben de las raíces de una tradición ancestral, pero natural y cercana a la vez, cuya llama se reaviva en vez de extinguirse con el paso del tiempo. En los últimos años ha aumentado su popularidad y actualmente es de las fiestas más importantes en conservación del patrimonio histórico-artístico de la región.

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Rito y desenfreno se reúnen en una fiesta pagana y religiosa a la vez, que supone un llamamiento a la primavera. La agradable temperatura se consiguió, este año, antes de que comenzara la celebración. El colorido primaveral, casi carnavalístico, lo pusieron los trajes y disfraces de los protagonistas del juego. Porque la fiesta de la Vaquilla es eso: un juego tan grande como antiguo, un pandemonium de ruido y personajes caracterizados como El escribano, La guarrona (un hombre vestido de mujer), El alcalde, El alguacil...

Estos dos últimos huyen de la vaca, que embiste pero no hiere. No es real; parece un minotauro. Con cuerpo de hombre -el de un joven atlético del pueblo- y cornamenta de toro -que éste sujeta con sus brazos-, persigue a ambas personalidades, caracterizadas con un barroco sombrero y elegante traje, que portan con estilo y distinción.

Para evitar esto, los judíos distraen al animal con cencerros que portan en su espalda y que agitan poniendo banda sonora al pueblo. Para que el animal crea que está en el campo, éstos -mozos del pueblo- se visten con floridos monos de confección propia, pañuelo al cuello y gorro militar, que lanzan al vuelo cada vez que el animal contacta con el regidor o El alguacil.

Mientras todo esto ocurre en la plaza del Ayuntamiento, El escribano, vestido con un traje negro y un sombrero de copa del mismo color, se pasea con otro personaje grotesco, La hilandera, -popularmente conocida como La guarrona- para intimidar conjuntamente a los curiosos y pasarles cuenta de lo que deben pagar por los daños causados. Ellos lo justifican con su introducción: El día veinte de enero espantó la vaca el forastero. ¿Dónde fue a parar? A la huerta El Terronal. Allí destrozó patatas, judías, pimientos... lo cual asciende a... (se dice una cantidad exagerada). Cero mata cero, ¡Que pague el forastero! Con el dinero que recaudan en el momento y el que obtendrán días más tarde, pagarán una cena para los mozos y las autoridades del pueblo.

Antes de que esto ocurra, la fiesta concluye -tras horas de carreras y sonidos de cencerros- con el sacrificio del animal. Primero lo atan a la farola de la plaza y luego lo matan detrás del Consistorio. Después de dos tiros, muerta la vaquilla, los judíos beben su sangre -una cuba de vino- y lo que sobra lo reparten entre el público.

Los judíos -que tienen que estar solteros y no vivir en pareja- y el resto de personajes descansan entonces de un fatigoso esfuerzo que arrastran desde las 00.00 horas del mismo día 20, cuando portando el pesado atuendo -los cencerros pesan cerca de ocho kilos- caminan por la localidad haciendo ruido y bebiendo aguardiente hasta altas horas de la madrugada.

«Prácticamente no hemos dormido», decía uno de ellos, «pero me encanta participar en esta fiesta por la tradición y porque hay que echarle dos narices», concluyó.

No es el único. Los niños también disfrutan realizando, el día antes, un acto adaptado a su tamaño, pero de idénticas características. Los casados, generalmente antiguos judíos, lo hacen un día después.

Pero en la fiesta también hay lugar para lo emotivo y lo religioso. Por la mañana del día 20 se celebra en la iglesia de Fresnedillas una misa por el patrón del pueblo, al que los judíos vitorean arrodillados con un sentido «¡Viva San Sebastián!», antes de comenzar su particular procesión. «Para mí es el momento más sentido. La gente se emociona», afirmó Pedro Javier, uno de ellos.

La fiesta de la vaquilla se celebra también en otras localidades madrileñas como Pedrezuela o Colmenar Viejo, aunque la de Fresnedillas es quizás la que mejor se conserva. Cuentan los entendidos del pueblo que «el origen de la misma está en las kalendas romanas, una celebración para llamar al buen tiempo y a la vida primaveral, antes de que llegara el cambio de estación -sólo había dos- que se produciría en el mes de abril o mayo».

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