Lunes, 22 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6245.
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Madrid, cámara y ¡acción!
Un libro rescata las películas ambientadas en la capital durante la década de los cincuenta para acercarse a la vida cotidiana de entonces y a los problemas de los ciudadanos con la vivienda, el paro, la delincuencia o el transporte
JOSE MARIA ROBLES

No andaba lo que se dice sobrada de glamour la Villa y Corte de mitad del siglo XX, aquel poblachón manchego del gasógeno, la sal de frutas Eno y la boina a rosca. Y sin embargo, fue en ese momento cuando, milagro en Madrid, a la manera de un mini Hollywood mesetario, la capital nació al cine convirtiéndose en un colosal plató, en personaje recurrente, en espacio ficticio más que real en la incipiente industria (ya salió la palabrita) dedicada al abracadabrante oficio de hacer películas.

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Ciudad sólo había una (tras la Guerra Civil, casi ni eso), pero basta revisar la filmografía de aquel periodo de tiempo para caer en la cuenta de que son muchas y muy diferentes, cada una de su padre y de su madre (del propio director de la cinta y del régimen, sin ir más lejos), las representaciones de la urbe hechas fotogramas. A ver esa memoria: estaba el Madrid regio (zona de los Austrias), el proletario (Lavapiés, orillas del Manzanares), el de las improbables tramas detectivescas (plaza de Oriente, Rastro), el cómico y bohemio (Embajadores, Vistillas, Cibeles, Gran Vía), el rebelde, el pecaminoso (el cine de corte religioso y el de raíz andaluza no tuvieron demasiado eco en la cuna del oso y el madroño) y, por supuesto, el de la versión castiza del sueño americano: el del fútbol y los toros (Bernabéu, Ventas).

En definitiva, casi tres cuartas partes de los filmes rodados entre 1950 y 1959 fueron ambientadas en la metrópoli, circunstancia que hizo de ella el lugar más retratado del celuloide patrio. ¿Títulos? Así es Madrid, Las chicas de la Cruz Roja, El tigre de Chamberí, La jungla de asfalto, Balarrasa, Mi tío Jacinto, Manolo, guardia urbano... largometrajes todos que dan noticia no sólo de la vida cotidiana, sino también de los problemas de los ciudadanos: el acceso a la vivienda (qué coincidencia), el paro, la delincuencia, la falta de transporte público...

Luis Deltell, doctor en Comunicación Audiovisual por la ECAM, director y guionista, se ha deslizado por la catarata de imágenes en blanco y negro de entonces para pescar un libro: Madrid en el cine de la década de los cincuenta, casi 300 páginas (es el resumen de su tesis doctoral) de examen, documentación y atractivas postales para el recuerdo (inmortales Pepe Isbert, Fernando Fernán-Gómez, Tony Leblanc, José Luis Ozores, Manolo Morán...). En principio, Deltell planteó el volumen con la intención de subrayar la influencia en España de la corriente neorrealista, de la mano de Vittorio de Sica, Luchino Visconti, Roberto Rossellini y otros directores nada bien vistos por la autoridad. Pero pronto vio el autor que el filón daba para bastante más. Entre otras razones, porque la necesidad de apertura del franquismo y las nuevas técnicas (imágenes en vídeo, llegada del color...) propiciaron sustanciosos cambios en el fondo y en la forma de las historias. De ahí que, frente a los grandilocuentes y acartonados artefactos históricos de la productora Cifesa, años 40, descubrimiento de América para arriba, cruzada del 36 para abajo, se evolucionara (sin apoyo institucional) al surgimiento y consolidación del verismo en unas pantallas frente a las que tampoco se agolpaban ingentes masas de público, todo sea dicho.

La primera parte de Madrid en el cine de la década de los cincuenta da cuenta del tránsito del realismo al muy madrileño sainete y, de ahí, al desarrollismo y al cine grotesco (con Rafael Azcona de guionista). A continuación, repasa los diferentes géneros desde los que se retrató el kilómetro cero del país.

El volumen, editado por el Area de las Artes, concluye con la revisión de siete películas fundamentales: El último caballo (1950), de Neville; Surcos (1951), de Nieves Conde; Esa pareja feliz (1951), de Berlanga y Bardem; Historias de la radio (1954), de Sáenz de Heredia; Muerte de un ciclista (1955), de Bardem; El pisito (1958), de Ferreri y Los golfos (1959), de Saura.

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