«No podemos vivir con los albaneses, son nuestros enemigos. Si veo a alguno de ellos tengo miedo de darme la vuelta y de que me clave un cuchillo». Nabana, de sólo 20 años, rubia de pelo corto y aspecto moderno, resume el sentir mayoritario de los jóvenes serbios de Kosovo, cuya comunidad suma el 10% del total de habitantes de la provincia. «Y no soy una extremista», aclara bajo un sorprendente sol que invita a usar manga corta.
A pocos metros, en la sala de votación número 5 de la escuela técnica, Mijailo Petrovic Alas, de Mitrovice Norte, en el lado serbio del río Ibar, el trasiego de votantes es constante y la urna, a las l3.10 horas, ya está casi saturada de papeletas. Los vocales de los partidos fuman cigarrillo tras cigarrillo mientras una suerte de cabinas de endeble cartón permanecen ignoradas al fondo; nadie parece sentir la necesidad de ocultar su voto en estas decisivas elecciones legislativas serbias, de las que saldrá el Gobierno que deberá afrontar el futuro estatus de la provincia serbia de mayoría albanesa.
«Los albaneses han vendido muy bien a Occidente una imagen de víctimas y nadie recuerda que mucho antes de los bombardeos de 1999 (por parte de la OTAN) éramos nosotros los que sufríamos sus ataques, muchos serbios murieron», insiste Nabana.
«Pretenden humillarnos, son los extremistas líderes albaneses quienes han radicalizado a su población», corea a su lado Tian, otra joven del mismo grupo que mira con desconfianza a la prensa extranjera. «No importa quién gane hoy, nadie hará nada por Kosovo, yo ya no espero nada especial», señala un poco más allá Iván, con el pelo cortado al uno.
En el mismo pasillo, enfundado en un jersey chillón de lana roja, el vocal del ultranacionalista Partido Radical (SRS), Kragovic Miodrag escucha con una sonrisa. «Vamos a ganar. Y si no tenemos suficientes votos daremos una oportunidad a las minorías, y si no, a los socialistas (PSR, formación del ex presidente Slobodan Milosevic)», comenta. «¿Un Kosovo independiente? Imposible. Y si lo aprueban será papel mojado, Rusia está con nosotros. Ahtisaari (el enviado especial de la ONU) no ha hecho su trabajo, no se ha reunido con el Gobierno de Serbia en los últimos seis meses», añade el representante del partido con mayor apoyo electoral (30%), según los sondeos previos.
Ya en la estrecha calle Lole Ribara, donde se ubica el colegio electoral, el atasco es escalofriante. Y como en el resto de esta parte de la ciudad, los coches aparcados desbordan las aceras obligando a los votantes a sortearlos.
«¿Cómo se distingue a un serbio de Kosovo en Belgrado?», bromea un periodista local. «En que siempre camina en zig-zag», añade entre carcajadas.
Dos miembros de la comunidad gitana de Kosovo, la mayor de la ex Yugoslavia (casi 5.000), reconocen tras muchos titubeos que han votado por el Partido Democrático de Serbia (DSS) del actual primer ministro, Vojislav Kostunica. «Los albaneses no pueden ganar la independencia. Si lo logran, tendremos que irnos también de aquí, ya nos echaron del sur de Kosovo».
A poco menos de un kilómetro, en el neurálgico café Dolce Vita, junto al desértico puente principal que separa a ambas comunidades y ante la mirada aburrida de las patrullas internacionales que lo controlan a ambos lados, uno de los principales líderes políticos serbio, el kosovar Olivier Ivanovic, apuesta por un Gobierno en Belgrado del Partido Democrático (DS), del DSS y de una tercera fuerza, quizás el G17 Plus formado por un grupo de economistas.
El dirigente de la coalición socialdemócrata LPD, de traje y corbata, asegura a EL MUNDO que «no hay una solución inmediata para Kosovo, las partes no están preparadas para un acuerdo».
Y mientras Ivanovic rechaza la independencia o una autonomía amplia, aboga por una etapa de transición, «de unos 10 años», en el que las autoridades democráticas de ambas partes, «con responsabilidad», empujen la creación de «una opinión pública» que genere la estabilidad necesaria para que serbios y albaneses puedan vivir juntos y en paz dentro de Serbia. Todo un ejercicio de optimismo.