«Me acerqué a un metro de distancia por detrás y le disparé. No me arrepiento». Ogün Samast, el joven de 17 años detenido por la muerte del periodista y escritor de origen armenio Hrant Dink, confesó ayer el crimen a la primera de cambio, en el primer interrogatorio al que le sometieron las autoridades poco después de su arresto la noche del sábado.
El supuesto homicida leyó en internet que el intelectual había dicho que «la sangre turca estaba sucia», en referencia al genocidio armenio cometido por tropas otomanas durante la I Guerra Mundial. «Por eso decidí matarlo», argumentó.
Ogün llevaba bastante tiempo preparando el atentado: había viajado a Estambul hasta en cinco ocasiones durante las últimas dos semanas. El martes, tres días antes del trágico suceso, le dijo a su familia que se iba a la antigua Constantinopla para asistir a una boda. Cuando sus parientes, su tío y su padre vieron sus fotos en televisión avisaron a la policía, y poco después era sacado de un autobús con el que pretendía volver a su casa de Trebisonda (en el noreste de Turquía) como si nada hubiera pasado, con una pistola que le había prestado un amigo y el mismo gorro de lana blanco que llevaba en el momento del asesinato.
En estos momentos, la gran incógnita reside en si Ogün contó o no con ayuda. Sus allegados lo tienen claro: «Se han aprovechado de él. Incluso puede haberlo hecho por dinero».
El hecho es que la situación económica de su familia es muy mala. Además, el adolescente había dejado el instituto, estaba desempleado y pasaba las horas muertas en cibercafés, ya que le habían expulsado de un equipo de fútbol amateur por falta de disciplina.
Amistades peligrosas
También había empezado a beber y a drogarse y no se juntaba precisamente con la flor y nata de su ciudad: uno de sus mejores amigos, Yasin Hayal, fue condenado por colocar una bomba en un restaurante de comida rápida en 2004. Y aún hay más: un muchacho de su misma edad y también de Trebisonda mató a tiros al sacerdote italiano Andrea Santoro en febrero de 2006, en plena crisis de las caricaturas.
El primer ministro turco, Recep Tayip Erdogan, declaró ayer que no se descarta una relación entre ambos crímenes, al tiempo que se felicitó por la rápida captura del sospechoso. «Ésta es una lección para aquellos que quieren atacar las libertades, para aquellos que no quieren que la calma reine en Turquía», apuntó.
Si hay una organización criminal detrás de la muerte de Hrant Dink es algo que está por ver. El viceprimer ministro turco, Abdulatif Sener, se refirió a un «plan bien calculado», los medios de comunicación hablaron de la organización islamista Nizam-i Ocaklari y todavía hay seis detenidos más en el marco de este caso.
«Ya han matado a otros periodistas e intelectuales. En algunos casos, se detuvo a los autores materiales. En otros, ni siquiera eso fue posible. Respecto a éste, no soy optimista de que se aclare del todo», opinó un amigo íntimo de Dink.
Se resuelva o no, el asesinato del fundador y redactor jefe de la revista Agos ha unido a la población turca en su condena a tan horrendo crimen. Sin embargo, también ha puesto en evidencia a las autoridades locales, que no aciertan a explicar su pasividad a la hora de dar protección a una persona que había denunciado múltiples veces que recibía amenazas.
Al mismo tiempo, este crimen ha servido para revelar, una vez más, el precario estado de la libertad de expresión en un país que pone todo su empeño en entrar en la Unión Europea (UE). Dink fue juzgado y condenado en vida por manifestar sus ideas, y ello le condujo a la muerte.