En el debate sobre la memoria histórica, los comunistas parecen dispuestos a mover ficha. En concreto, una de 13 toneladas. La devolución a su emplazamiento original de la estatua de bronce de Felix Dzerdzhinski, el fundador de la policía secreta bolchevique, la siniestra Cheka (rebautizada después NKVD, OGPU y KGB), vuelve a atizar en Rusia el debate por la reconciliación histórica.
Cuatro días después de ser enterrados en Moscú los restos del general zarista Vladimir Kappel (que combatió al Ejército Rojo en Siberia en 1919), la fracción del Partido Comunista propuso estos días a la Cámara Baja del Parlamento (Duma) la reubicación de la estatua de Dzerdzhinski en el mismo lugar donde fue erigida en 1958, la céntrica plaza de la Lubianka, donde se levanta la enigmática fachada amarillenta de la sede de los servicios secretos (ahora FSB).
Obra del escultor Yevgueni Vuchetich, la reproducción del padre del KGB, inmortalizado con su peculiar perilla bolchevique y su mirada achinada, permanece hoy en el cementerio de las estatuas, un parque de esculturas a tiro de piedra del museo de arte moderno.
Apartada del ruidoso centro a orillas del Moskova, permanece arrinconada junto a decenas de estatuas y bustos de los dioses caídos del comunismo. «Queremos conocer el estado de la estatua de Dzerdzhinski y ver si se puede acometer su restauración», afirmó el diputado comunista Viktor Iliujin durante el pleno donde planteó la cuestión.
De origen polaco, Dzerdzhinski recibió de Lenin la orden de barrer de puertas adentro a los enemigos de la revolución, para lo que en 1917 creó la Cheka y la red de campos de concentración donde eran enviados los disidentes.
En el limbo
Con gorra aferrada en mano, gabardina larga y coronilla manchada por chorretones de diarrea aviar, la emblemática estatua espera en el limbo de las esculturas a que sus camaradas de carne y hueso la devuelvan al lugar de donde fue arrancada el 21 de agosto de 1991 con ayuda de una soga y una grúa (cedida por la embajada de Estados Unidos).
Aquel tótem caído ilustró la desintegración del régimen comunista, que sobrevino cuatro meses después.
Desde aquel día, el debate no ha cesado. En 1998, el líder del partido agrario, Nikolai Jaritonov, sacó el tema, pero en julio de 2000 la Duma se opuso. Dos años después, el populista alcalde de Moscú, Yuri Luzhkov, propuso enderezar al sumo chekista, al que alabó por haber luchado contra la lacra de los niños vagabundos y reconstruir los ferrocarriles y la economía.
Pese a las protestas de los liberales, en noviembre de 2005 un busto del fundador del espionaje ruso fue colocado casi de extranjis en el cuartel general de la policía de Moscú, de donde había sido retirado el 22 de agosto de 1991.
No contentos con la presencia de la momia de Lenin en el Mausoleo de la Plaza Roja, los comunistas quieren poner al Felix de Hierro en su sitio y proponen crear un comité parlamentario que «interrogue al Gobierno sobre los documentos en que se basaron quienes ordenaron desmontar la estatua en 1991».
Noventa años después de la Revolución de Octubre que destronó a los zares y dio lugar a la dictadura bolchevique, estatuas y restos de los héroes rojos y blancos conviven mejor que nunca en la Rusia de Vladimir Putin.
Además de enfriar el eterno debate sobre el entierro de la momia de Lenin, el actual líder del Kremlin no se opone a la llegada de restos mortales de antiguos héroes blancos como el general Antón Denikin que combatió al Ejército Rojo en la guerra civil rusa (1918-1920) -enterrado en Moscú en octubre de 2005- o los restos de la madre de Nicolás II, Maria Fiodorovna Romanova, que hallaron sepultura en septiembre en San Petersburgo. «Igual que los españoles, nosotros sufrimos una guerra civil, y ahora no debemos contribuir a la escisión», reconoció Putin, interpelado sobre la cuestión hace un año.
La petición de los comunistas coincide con el 130º aniversario del nacimiento del padre del KGB. En la dictatorial Bielorrusia no se lo han pensado tanto y en el centro de Minsk se erige desde marzo una copia de la estatua de la discordia. En los últimos años, varios han sido los personajes históricos propuestos para ocupar el vacío de la plaza Lubianka, como el zar Nicolás II . También se pensó en reponer la fuente decimonónica de Iván Vitali, que ocupó este lugar hasta 1934 o crear un monumento por las víctimas del Gulag.