VICTOR DE LA SERNA
Hay algunas reglas periodísticas que se mantienen a lo largo del tiempo, pero son las menos. Otras van evolucionando, otras surgen de las novedades -técnicas, políticas o profesionales- y otras van periclitando. Dos ejemplos de los últimos días se refieren, uno, al uso alegre e injustificado de clichés de color en un artículo informativo, y, el otro, a la abusiva difuminación de la frontera entre información y publicidad.
El primer ejemplo se halla en estas mismas páginas, en la revista diaria de Madrid M2. (Se lo dedicamos cariñosamente a Juan Cruz, veterano de El País que se nos ha quejado, amarga pero quizá equivocadamente, de que esta columna es incapaz de autocrítica). La entradilla de la información de ayer sobre los altercados en Alcorcón se iniciaba de manera briosa: «Alcorcón o el Bronx. Rostros cargados de ira, juventud clamando venganza. Carreras a la caza del latino. Cargas policiales. Gritos xenófobos, vecinos indignados, amenazas de muerte. La razón aparcada... y el estómago de un municipio regurgitando, vomitando odio».
En el blog Ciudadano M de elmundo.es, un lector se indignaba pronto al respecto, afirmando que «el periodista demuestra su falta de profesionalidad al estar totalmente desinformado [sobre] el municipio del Alcorcón, ya que este municipio no es en absoluto el Bronx».
Y, de hecho, no lo es, claro. Pero no porque Alcorcón sea más o menos violento que el Bronx (de hecho, estadísticamente lo es bastante menos), sino porque se trata de dos realidades urbanas muy distintas y porque ninguna de las dos -cosa que un periodista más atento a los datos que a la literatura debería saber- es hoy, en su contexto, sinónimo de violencia o inseguridad. En el caso del Bronx -distrito neoyorquino con 1.200.000 habitantes-, desde su aterrador récord de 48.000 delitos violentos en 1990, la delincuencia ha caído en un 71% hasta rondar hoy los 13.000. El Bronx no supera apenas la media de delincuencia de la ciudad de Nueva York, y ésta sigue siendo con mucho la más segura de las 10 mayores urbes de Estados Unidos (con cuatro veces menos delitos por cada 100.000 habitantes que la más peligrosa, Dallas).
El otro ejemplo procede de las augustas páginas de Le Monde, al que no se le ha ocurrido otra cosa que colocar como la segunda noticia de su portada, sin la menor diferenciación tipográfica, la presentación de su última promoción, unos fascículos sobre la ópera. Sí, hoy en día todos anunciamos nuestras promociones en portada, pero lo de Le Monde ya pasa de castaño oscuro. Escribe Juan Antonio Giner, en su blog titulado What's next: innovations in newspapers: «Si Le Monde hace esto, algo va mal de verdad en el negocio de la información. (...) Se equivoca, señor Le Monde. Las promociones están bien. Traen dinero y lectores. Y eso no me causa ningún problema. Sí: los periódicos necesitan dinero para pagar una buena información. Pero una buena información empieza por una regla básica: separación de noticias y publicidad. Y punto».
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