Martes, 23 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6246.
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Prisión para un padre que ató a la cama a su hijo por «vago»
El hombre agredió a su vástago y le encadenó un fin de semana porque el joven no quería estudiar ni trabajar y era un perezoso «redomado»
MARIA PERAL

MADRID.- La Sala Penal del Supremo ha confirmado la condena a penas de prisión impuesta por la Audiencia de Cádiz a un padre que golpeó y ató a una litera a su hijo, con el que mantenía una relación conflictiva porque era un «vago redomado» que no quería ni estudiar ni trabajar.

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El Alto Tribunal ha ratificado la condena por un delito de lesiones (cuatro meses de prisión) y otro de detención ilegal (dos años de cárcel) que, además, conllevan la prohibición de que el progenitor se acerque a su hijo durante dos años.

No obstante, el Supremo ha suavizado la pena correspondiente a un tercer delito, ya que el acusado amenazó a su mujer y a otro de sus hijos para que no liberaran al retenido ni llamaran a la Policía. Los tres años de prisión impuestos por los magistrados de Cádiz por esas amenazas se han quedado en siete meses de cárcel tras el recurso de casación interpuesto por el padre, cuya condena global asciende, así, a tres años y un mes de privación de libertad.

Según los hechos probados, el acusado «se hallaba desde hacía tiempo preocupado por la marcha de los estudios de sus hijos varones, David y Luis». Los muchachos falsificaban las notas y presentaban a su padre unos boletines en los que ambos resultaban aprobados. En realidad, no aparecían por clase y suspendían todas las asignaturas.

La madre descubrió la superchería y obligó a sus hijos a presentar en el instituto los boletines auténticos firmados por ella, pero no informó al padre de la situación. Así, el cabeza de familia creía que los estudios de sus hijos se desarrollaban con cierta normalidad hasta que un día el jefe de estudios del instituto le convocó y le puso en antecedentes.

Al poco tiempo, David logró ingresar como soldado en la Marina. Se casó y estabilizó su vida. A la vista de ello, el padre pensó que sería bueno que Luis también entrara en las Fuerzas Armadas y le insistió en ello hasta que el hijo cedió.

Luis ingresó en un centro de instrucción de Infantería de Marina, pero sólo duró un día. Al segundo se marchó sin ni siquiera haber concluido las pruebas médicas.

«Tras ello, continuó su vida, dedicándose exclusivamente al break dance con otros amigos, lo que no dejaba de enojar a su padre, que veía cómo pasaba el tiempo sin notar disposición ninguna de su hijo ni al trabajo ni a los estudios, rehusando incluso trabajar con él, como le había ofrecido», relataba la Audiencia.

La persistencia del progenitor en que Luis siguiera los pasos de su hermano e ingresara en Infantería de Marina hizo que el muchacho lo intentara por segunda vez exclusivamente «con la intención de que le dejaran en paz». Lo enviaron a Cartagena. Le entregaron 180 euros «que se gastó en ropa y caprichos», por lo que, a pie de autobús, el padre tuvo que darle más dinero.

De nuevo sólo aguantó Luis un día de vida castrense. A las 24 horas pidió la baja en el acuartelamiento y se volvió a Cádiz.

Padre e hijo se reencontraron en el domicilio familiar en la noche de un viernes, iniciando una «agria discusión en el curso de la cual el acusado propinó a su hijo una serie de puñetazos y golpes con una porra de madera». El joven sufrió «contusiones y erosiones en la rodilla derecha y en la zona glútea izquierda».

Acto seguido, el padre le condujo hasta su habitación y le ató con una cadena a la litera. Usó los mismos candados que le había comprado para cerrar el petate y la taquilla que le dieran en el cuartel. Así permaneció Luis todo el fin de semana. El padre sólo le desataba para ir al baño y le dijo que no lo soltaría hasta el lunes. Ese día por la tarde, aprovechando que el padre se había ido, Luis consiguió dejarse caer desde la litera y, arrastrándola, alcanzó un teléfono desde el que llamó a la Policía.

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