Martes, 23 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6246.
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 MUNDO
Un psicólogo español tratará a la 'camboyana salvaje'
Héctor Rifá viaja hoy a la aldea de la joven perdida 19 años en la jungla
ROSA M. TRISTAN. Enviada especial

PHNOM PENH. - El psicólogo español Héctor Rifá será el encargado de evaluar el estado mental en el que se encuentra la mujer camboyana que ha pasado 19 años perdida en la jungla, cerca de la frontera con Vietnam.

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Rochom Pngieng desapareció en la selva cuando, con ocho años, cuidaba los búfalos de la familia en una perdida aldea del noreste de Camboya. Nunca más se supo de ella y su familia la dio por muerta hace ya mucho tiempo.

Rifá, experto en Metodología Observacional aplicada a los pueblos indígenas del país asiático, y profesor de la Universidad de Oviedo, se encuentra ya en la provincia de Ratanakiri, al noreste de Camboya. Hoy viajará hasta el poblado donde está Pngieng para realizar un análisis in situ de su comportamiento y ayudar a decidir qué hacer para que su retorno a la normalidad sea lo menos traumática posible.

El español, que realiza en Ratanakiri proyectos de salud con la ONG Psicólogos Sin Fronteras desde hace cuatro años, fue contactado por la organización Licadho, la más importante asociación del país en el ámbito de los Derechos Humanos.

Su primera aportación fue lograr que la familia no trasladase a la joven al Hospital Provincial de Bang Lung, capital de la provincia, y mucho menos hasta Phnom Penh, capital del país, como se pensó en un principio. «Habría sido muy negativo para ella y para quienes la van a tratar después. Tras tanto tiempo alejada de la vida en comunidad, es preferible observar cómo se comporta en un entorno más familiar, como es el de su poblado, que en la fría habitación de un hospital y en una ciudad donde ni siquiera hablan su idioma», decía Rifá a EL MUNDO.

Con compañía masculina

Pngieng, de 27 años y que pertenece a la etnia Phnong, fue localizada el 13 de enero en los bosques de O'Yadaw cuando robaba arroz cerca de una aldea. Iba desnuda, tenía el pelo largo y andaba a cuatro patas. Quienes la hallaron aseguran que con ella había un hombre, también desnudo, que podría ser un primo suyo que desapareció junto con ella y del que nada se sabe.

Hasta ayer, su familia se había hecho cargo de ella, pero según la presidenta de Licadho, Kek Galabru, ya no podían más y habían decidido hospitalizarla. «No habla más que dos palabras. No quiere comer y se quiere escapar a la jungla. Los padres, que son muy pobres, dicen que no se pueden hacer cargo de ella», declaraba Kek.

Héctor Rifá, que ha realizado una investigación sobre la comunicación no verbal de las minorías indígenas camboyanas, tiene la intención de pasar al menos un par de días en la aldea de la joven, observando su comportamiento. Su informe puede ser decisivo porque, como asegura, ahora «nadie sabe si antes de desaparecer tenía algún problema mental o si no se comunica porque precisa de un lento proceso de resocialización».

La provincia de Ratanakiri es una de las zonas más pobres de un país donde la inmensa mayoría de la población vive con menos de un dólar al día. Sólo viajar hasta Bang Lung, su capital, desde Phnom Penh son 12 horas por una carretera a medio asfaltar. Ta Kuk Phnong, donde vive la familia de la chica, está a otras dos horas, por un camino de tierra lleno de agujeros.

Allí, como en los poblados de la región, no hay más que unas pocas casas levantadas con cuatro tablas y construidas sobre pilares de madera, unos cuantos búfalos y pequeños campos de cultivo, ganados a la jungla mediante un sistema un tanto destructivo: la quema de los inmensos árboles de teca de los bosques. Continuamente, el cielo de Ratanakiri está cubierto de humo, procedente de cientos de incendios.

En este entorno de extrema pobreza, en el que la malaria hace estragos entre los niños, no resulta sorprendente que la familia de Pngieng se queje de que los periodistas que se han acercado allí no han cumplido «la tradición familiar de dar dinero por la reunificación de la familia», según publicaba el Cambodian Daily.

De hecho, uno de los temores de Rifá antes de iniciar su viaje a la aldea es que los hermanos y los padres intenten sacar provecho económico de la expectación generada por la mujer salvaje.

La curiosidad ha hecho que también se hayan acercado hasta la casa de Pngieng vecinos de otras aldeas, que, según cuenta un familiar, se pasan la noche mirándola. Y eso es algo que resulta fácil porque en los poblados de Ratanakiri no existen puertas ni ventanas.

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