«Con los ojos cerrados, no quiero ver, no puedo ver que aquella mujer está mutilándome. La sangre salpica su rostro. Es un dolor inexplicable, que no se parece a ningún otro. Como si me ataran las tripas, como si tuviera un martillo en la cabeza».
Khady tenía siete años cuando fue escindida en su país natal, Senegal. Una dama de la casta de los herreros le cortó el clítoris, la mutiló genitalmente, le practicó «aquel sangriento corte íntimo».
«Es un dolor que nunca he conseguido definir. No he conocido nada tan violento durante mi existencia. He parido, he sufrido cólicos nefríticos... Cada dolor es distinto. Aquel día, creí morir y pensé no volver a despertar. Incluso rogué para no despertar».
Khady lo cuenta todo en Mutilada, un libro que acaba de salir a la venta en España (MR Ediciones), además de en otra quincena de países, y que contiene uno de los testimonios más estremecedores y valientes sobre la mutilación genital femenina.
El relato es trágico, pero con álgidos momentos de ternura que potencian aún más la denuncia que pretende hacer esta mujer senegalesa a través de sus intimísimas memorias. Porque la escisión (corte) o la ablación (extirpación) o tantas otras mutilaciones genitales femeninas siguen practicándose en 30 países del planeta, especialmente en Egipto, Etiopía, Eritrea, Mali y Somalia.
Cada año, dos millones de jóvenes en todo el mundo son mutiladas y 130 millones de mujeres ya han experimentado esta tortura. En Senegal, la patria de Khady, la ley lo prohíbe desde 1999.
«Deberíamos intentar cambiar la mentalidad de la gente, informarles, que sean conscientes del problema», escribía hace pocos días Khady en un correo electrónico enviado a EL MUNDO desde Bélgica, donde vive en la actualidad.
A sus 46 años, Khady está asentada en Europa, tras haber pasado largos años en Francia. Pero nunca ha podido olvidar lo que le ocurrió. «Cada día pienso en ello. Mi meta es parar esta práctica, porque es una negación de la dignidad de la persona y de su integridad», asegura. Pero mantiene la justa esperanza, aunque al final desee ver la luz al final del túnel: «Desgraciadamente, no contemplo todavía el final de la mutilación genital femenina. En todo caso, seamos optimistas y perseverantes. Así las mutilaciones desaparecerán».
Khady no está con los brazos cruzados. Es la presidenta de la Red Europea contra la Mutilación Genital Femenina. En 2005, denunció este «ritual bárbaro», este «corte íntimo que te separa para siempre de una sexualidad normal» ante la Asamblea General de Naciones Unidas. Y todo porque la tradición del Africa negra cree que la mutilación femenina purifica, hace llegar a la mujer virgen al matrimonio y ser fiel a su esposo.
Es más, muchos hombres defienden la escisión porque «aseguran que el sexo de las mujeres es diabólico y que el clítoris, al tocar la cabeza del niño al nacer, le condenaría», se narra en Mutilada. «Algunos pensaron también que esta falsa representación de un minúsculo pene haría sombra a la virilidad masculina».
La mujer escindida corre peligro de muerte en el momento de la práctica y hereda unas terribles secuelas: sufrimiento físico y, ante todo, psíquico. Por no hablar de que queda privada totalmente del placer sexual. «La palabra orgasmo ni siquiera existe en mi lengua», escribe Khady.
Con sus memorias, la senegalesa parece querer también purgar su pecado. «Quizá lo que hice y no me puedo perdonar es la razón por la cual tengo tanto empeño en salvar a otras chicas de esta práctica», señalaba estos días desde Bélgica. Y es que Khady permitió la escisión de sus tres primeras hijas, porque, «durante mucho tiempo, yo acepté esta mutilación». «Siempre lo lamentaré», gime ahora la luchadora africana.