«Primero te ignoran, después se ríen de ti, después te combaten, y al final ganas». La frase de Mahatma Gandhi es una de las favoritas de Hillary Clinton, que ahora espera haber entrado en la fase final, es decir, la de la victoria, que debería llegar el 4 de noviembre de 2008, con su coronación como presidenta de EEUU.
La mujer a la que sus correligionarios de partido humillaron al liquidar su proyecto de creación de una Seguridad Social en 1993, que fue llamada «puta» por la madre del presidente de la Cámara de Representantes, el republicano Newt Gingrich en 1994, y que en 1998 tuvo que soportar que el Congreso de EEUU expusiera con todo lujo de detalles los actos sexuales de su marido con Monica Lewinsky, dio el domingo su primer mitin como candidata a la Presidencia.
El escenario fue el más previsible posible: un centro de salud en Manhattan, en Nueva York. También lo fue la puesta en escena: la candidata con unos niños, sin su hija, Chelsea, ni su marido, Bill Clinton, que parece jugar un papel similar en la política de EEUU al del duque de Edimburgo en Reino Unido, aunque, en el caso de la seca Hillary, Bill aporta un toque de espontaneidad que la candidata va a necesitar como el comer si quiere llegar a la Casa Blanca.
La primera promesa electoral de la candidata Clinton es la extensión de la cobertura sanitaria entre los menores de 18 años. Ése es un problema real, que se estima que afecta a unos tres millones de jóvenes, que pertenecen a familias que no están por debajo del umbral de la pobreza -en cuyo caso están protegidas por un sistema público, el Medicaid-, pero que pertenecen a familias que no pueden permitirse las exorbitantes primas que cobran las mutuas sanitarias.
Tono social
Es el tema perfecto para arrancar una campaña. Por un lado, afecta al seguro médico, un problema que literalmente angustia a muchos estadounidenses, incluyendo a los empresarios. Por otro, revela un claro tono social, al referirse a la parte de la población conocida como los trabajadores pobres (working poor), es decir, gente que precisa dos o tres empleos para llegar a fin de mes y aún así no tiene asistencia médica.
Y es un proyecto lo bastante modesto como para no despertar críticas por las supuestas tendencias estatalistas de Clinton, una mujer a la que la derecha estadounidense trata como si fuera Stalin sin bigote, a pesar de que entre 1985 y 1992 estuvo en el consejo de administración de la cadena comercial Wal-Mart, probablemente la empresa que más ha hecho por aniquilar el movimiento sindical de EEUU.
Pero ya están a la venta en Internet camisetas con la leyenda Volvamos a derrotar al comunismo y la cara de Hillary Clinton. Y, según el columnista conservador del Washington Post Robert Novak, el activista republicano Dick Morris «está pidiendo contribuciones de entre 25 y 100 dólares para financiar un documental crítico con la figura de Hillary Clinton».
Novak nunca suele errar en sus noticias -el jefe de gabinete del vicepresidente, Dick Cheney, está a punto de ser juzgado por una información publicada por ese periodista- y, si hay alguien temible en Estados Unidos, es Morris, un hombre que ha hecho del resentimiento una bella arte, sobre todo desde que en 1996 tuvo que dimitir como asesor electoral de Bill Clinton cuando se hicieron públicas sus aficiones sexuales, consistentes en lamer los pies de una prostituta de lujo de Washington.
Las batallas -reales o no- que prepara Morris son el preludio de lo que se prevé como una campaña histórica, que por ahora se centra más bien en la capacidad de meter mano de uno de los candidatos. El gobernador demócrata de Nuevo México, Bill Richardson, que también ha anunciado su candidatura a la Presidencia, está en el centro de un escándalo por su aparente tendencia a manosear a toda mujer que se le acerca. Para empeorar las cosas, su número dos, la vicegobernadora del Estado, Diane Denish, ha explicado: «Richardson me pellizca la nuca, me toca las caderas, los muslos y las piernas».