Es un ludópata político. Tiene adicción patológica a los juegos del azar en la vida pública. No lo puede remediar. Actúa por intuición y por ocurrencias. Está de acuerdo con la máxima que Cicerón atribuyó a Teofastro: Vitam regit fortuna, non sapientia. Es la suerte quien rige la vida, no la sabiduría. Un refrán leonés dice: «Suerte te dé Dios, hijo, que el saber, con poco basta». Mi inolvidado amigo Pepe Salas y Guirior, espléndido corresponsal del ABC verdadero en Lisboa, era un jugador empedernido y sabio. Al cabo del año sus visitas diarias al casino de Estoril le producían un beneficio suculento. Como Napoleón, creía que primero la suerte, luego lo demás.
Zapatero juega convulsivamente a la política. Seguro que no ha leído la novela de Salas y Guirior, El jugador. Pero se comporta igual que el personaje del novelista. Apuesta con Carod-Rovira en Perpiñán. Envida a la chica con la ley de la memoria histórica. Juega a la opa con Endesa. Se tira un farol con el Estatuto de Cataluña. Le echa un órdago a Eta. Y salta de alegría, entre sonrisas, con cada juego, sea cual sea el resultado, colocando a España entera en la cuerda floja de la suerte. «¿Habrá algo más terrible que el juego? -se preguntaba Anatole France en El jardín de Epicuro-. No; el juego da, toma; sus razones no son nuestras razones. Es mudo, ciego, sordo. Lo puede todo. Es un dios».
No hay nada que hacer. Mientras tengamos a Zapatero, la fortuna de España seguirá jugándose a las cartas. Apostará un día el presidente a la alianza de civilizaciones; otro a un descabellado plan de paz para Oriente Medio; de súbito organizará una timba con Castro, con Chávez, con Evo, con Ortega; jugará luego a proteger las mezquitas, a birlarle el agua a Murcia, a legalizar el Partido Comunista de las Tierras Vascas, es decir, Batasuna, es decir, Eta. Y tirará los dados a ver qué sale en la alcaldía de Madrid.
En El jardín de Epicuro se lee: «Los jugadores cuentan las cartas y el azar como los enamorados aman, como los beodos beben, necesaria, ciegamente, bajo el imperio de una fuerza irresistible». De nada valen las advertencias ni los fracasos ni las catástrofes. Sepultado bajo los escombros de la terminal 4 de Barajas, Zapatero volverá a jugar al proceso de paz con Eta en cuanto pueda. Nadie sabe por dónde va a salir. Ni él mismo. Es el político ludópata. Tiene que jugar, tiene que apostar, tiene que sentir la zozobra del azar. Ha leído a Cervantes pero ni se acuerda de los versos de El rufián dichoso: «Porque al tahúr no le dura / mucho tiempo la alegría / y el que de naipes se fía / tiene al quitar la ventura».
Presidente por accidente, presidente por el azar del 11-M, Zapatero se ha entregado con entusiasmo tenaz a su adicción. Con él son difíciles las predicciones: «Lo que nosotros llamamos azar tal vez no sea otra cosa que la causa ignorada de un efecto conocido». Tenía razón Voltaire. Los efectos de la política ludópata de Zapatero los conocemos. Ignoramos sus causas. Desde Moncloa, se pone todo patas arriba. Caracolea el caballo en la cristalería. La ligereza, la frivolidad, la inconsecuencia, el disparate, el sinsentido, esas son las cualidades del líder socialista, atrapado por su ludopatía política. Y me lo estoy viendo venir: Zapatero pondrá un día el revólver cargado en la sien de España y jugará a la ruleta rusa.
Luis María Anson es miembro de la Real Academia Española.