En un corto espacio de tiempo, me ha tocado utilizar, por circunstancias, la Estación Sur de autobuses de Madrid y la también madrileña Puerta de Atocha, de ferrocarril, feudo del Ave. Caramba, qué diferencias, y así lo digo, en plural. Por ahí sí que circulan las auténticas dos Españas, la pobre y la rica, aproximadamente, mucho más genuinas que esas otras dos Españas a las que nos lleva o nos quiere llevar el maniqueo sistema bipartidista que padecemos, agudamente denunciado por Juan Cueto en un memorable artículo del domingo.
La pobreza se palpa en la Estación Sur hasta en el modo de sentarse de la gente, agobiada, cansada, abrumada. Emigrantes de todos los colores, trabajadores, estudiantes sin recursos. Muchas personas mayores, muchos niños. La ropa y la impedimenta hablan solas. También las galerías de tiendas, y los bocadillos de la cafetería, y los lavabos, y las zapatillas deportivas, y los vaqueros con tacones, y las bolsas de plástico, y la revista Pronto en las manos. Hasta la megafonía habla sola.
En Puerta de Atocha, traspasado el control de equipajes, habla la diafanidad del espacio -gran lujo frente al discurso del amontonamiento-, el lustre y el cristal. Hay casi de todo, pero es el reino de los ejecutivos, de los hombres y mujeres de negocios, de los trajes bien cortados y de los zapatos brillantes, de las corbatas y de los buenos chaquetones, de los ordenadores portátiles, de los maletines, de los periódicos salmón.
Por las escaleras mecánicas de la Estación Sur baja la España que está abajo, y no me refiero a Andalucía. Por las escaleras mecánicas de Puerta de Atocha, se transporta la España europea, pujante, la misma que he visto, en mi limitadísima experiencia viajera, en los trenes de alta velocidad que van de París a Bélgica o a Holanda.
Hay algo que une y comunica a estas dos Españas, y es, como podría adivinarse, el teléfono móvil.
No me caigo de un guindo. Todos sabemos del despacho y del andamio, del suburbio y del chalé, de la cazadora de ante y del chándal. Pero no es lo mismo visualizar fugazmente algo que hacer una inmersión, por más corta que sea, en mundos tan opuestos en pocos días. Esa oportunidad no se le presenta a cualquiera.
Todo lo matizadas y diluidas que se quiera, las clases siguen existiendo. Y sus extremos, no digamos. Eso se palpa, y hasta se huele, en escenarios tan representativos de la sociedad de hoy como son las grandes estaciones. Trenes y buses aparte, hay dos grupos sociales que no marchan a la misma velocidad ni llevan la misma carga.
Y cuando ahora se habla de dos Españas enfrentadas, lo que sería pertinente recordar es que, sobre todo, hay dos Españas alejadas, muy distantes por su nivel y calidad de vida. Y que el objeto de la política, y el auténtico tema de conversación, no debería ser otro que reducir las distancias entre ellas y acercarlas.