RAUL DEL POZO
España y Francia están unidas mediante una multitud de delicados hilos, apenas nos aleja una mampara de terraza como la que separaba a Pedro J. y a Nicolás cuando coincidieron en el hotel de Egipto. Gracias a esa amistad nacida en el Nilo, el director de EL MUNDO, que nos madruga y nos pisa los reportajes, estuvo en la entronización de Sarkozy como candidato al Elíseo. La luz francesa siempre nos esclarece y nos seduce. Cuenta nuestro director cómo el nuevo y pequeño gran hombre hizo la síntesis entre la Francia de las catedrales y la de la Enciclopedia, el Antiguo Régimen y la Revolución. «Cuando se trata de Francia no existe ningún bando»; de ese salmo hace énfasis J. y saca argumento para darles el cante a los dos políticos españoles que han despedazado el consenso; el uno, incapaz de rectificar su política antiterrorista, el otro, el de las frases estrepitosas.
Hace 1.000 años que Francia está muerta, dijo De Gaulle, mientras llevaba bien alto el cadáver haciendo creer que estaba viva. Sarkozy viene otra vez a resucitarla. «Yo no soy un conservador», proclama el candidato, pero yo lo vi una vez en Madrid y es la derecha; parece alimentado con las entrañas de un oso. Muestra una expresión corporal que debiera ser el espejo para nuestros políticos. Las manos, los ojos y la voz de Sarkozy dan más información que todo un mitin español. Interpreta como nadie el patriotismo; es un jacobino y un liberal. En la comedia europea, Sarkozy hace de antagonista de Zapatero. Uno, el vergajo, el otro, el talante; uno, la ley-orden contra las pateras de suburbio; otro, el amansamiento. Sarkozy llama escoria a los encapuchados que queman coches en Cliché, Zapatero propone a los islamistas o a los etarras un proceso de paz.
Ésta es la cuestión: o buenas cárceles o buenas escuelas.
Dicen sus adversarios que, al lado de Sarkozy, ZP es un adamita. Los adamitas eran una secta de herejes, de eterna sonrisa, a semejanza de Adán. Zapatero intentaría reformar la vida española por el camino de la inocencia original y la paz perpetua. Cree que los intocables, los antidisturbios, empeoran los procesos y que el político debiera ir delante del legislador y del juez. Nunca empezaría Zapatero una campaña electoral colocando la primera piedra de una cárcel. Sarkozy, por supuesto que lo haría.
Zapatero, como Adán, habla en verso. A diferencia de Nicolás Sarkozy, que se enfrenta como un cruzado, al dragón, Zapatero ha sido vencido por seducción de la serpiente. En El paraíso perdido, el león se encabritaba jugando y mece al bambi entre sus garras mientras los osos, los tigres, los leopardos, las panteras, luchan inocentemente, sin enterarse de la presencia, de la astuta serpiente. Sarkozy, buen sefardita, piensa que El Enemigo, a la sombra de las flores, dando prueba de su fatal malicia, devorará al que se acerca al árbol del bien y del mal.
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