Miércoles, 24 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6247.
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Decors busca refugio en 'Aquell món idíl·lic'
En la novela, el autor recupera la Guinea colonial como símbolo de los paraísos perdidos
LLUCIA RAMIS

BARCELONA.- El padre de Carles Decors (Barcelona, 1954) era ingeniero agrónomo. Pasó un cuarto de siglo trabajando en las plantaciones de cacao de Guinea Ecuatorial, aterrizaba en Barcelona una vez al año para visitar a su familia.

De esa infancia que pudo tener en Africa y no tuvo, Carles Decors guardó estatuillas de marfil y algunos cuadros, también el recuerdo de un padre que no era exactamente el suyo. Como no llegó a convivir con él hasta que cumplió diez años, se fijó en los progenitores de sus amigos.

En 1968, Guinea obtuvo la independencia. Santa Isabel, capital de la isla de Bioko, adoptó el nombre de Malabo. Los españoles abandonaron la colonia. La familia de Decors se reunió definitivamente.Pero en algún lugar, ya inconcreto, existía todavía un mundo idílico.

Con la intención de recuperar Aquell món idíl·lic (Edicions 62), Decors ha querido unir lo que imagina que vivió su padre con sus propias experiencias. Eso sí, con las licencias que permite la ficción.

La novela parte de las cartas y los vídeos que Lluís Artigues encuentra en un cajón tras la muerte de su padre. Las cartas, de las que es el destinatario, le descubren un mundo paralelo y un hombre para él desconocido. «Quien las escribe está en deuda con su hijo, tiene remordimientos», explica Decors, «por otra parte, no se atreve a contarle cara a cara cómo fue su vida en Guinea».

Si el narrador huye de su realidad refugiándose en lo que escribe su padre en las cartas, éste, por su parte, encuentra un mundo idílico en el gesto de su amigo Rimbau. Él fue capaz de abandonar a su familia por una negra de la que se enamoró y con quien se quedó en Guinea. De hecho, Tomàs Rimbau es el protagonista de una novela anterior de Decors, titulada Al sud de Santa Isabel, y representa, según el autor, al alter ego de su padre.

Hilvanadas por las vivencias del narrador, las cartas de Aquell món idíl·lic recorren el paso del tiempo y con él, la historia de Cataluña. Al leerlas, Lluís Artigues recuerda episodios y personajes hoy públicos cuyos inicios permanecen en un segundo plano. Es el caso de Anna Birulés, ministra de Ciencia y Tecnología en el gobierno del PP.

«Entraba en las clases reventando puertas», asegura Decors. Él en la vida real, y Artigues en la ficción, compartieron alguna clase de Economía con ella en la universidad. También lo hicieron con Antoni Fernández Teixidó y Josep Piqué. «Entonces las elites eran comunistas», dice el autor. Según él, Fernández Teixidó era «vehemente y trotskista, un insurrecto» y Piqué estaba considerado un «pozo de sabiduría a quien no se podía molestar».

Al margen de que la transformación ideológica de los tres antiguos comunistas le haya sorprendido, Decors considera que su generación «ha perdido la oportunidad de cambiar el mundo». Y el libro trasluce esa melancolía: la degradación que acaba en la autodestrucción de la democracia. «¿Nos entenderemos con el capitalismo imperialista a nivel europeo?», se pregunta.

Como metáfora de la sociedad actual, el narrador asiste impávido a los capítulos que van degradando su vida. Y mediante la lectura de las cartas que le dejó su padre, se limita a sacar anhelos del baúl de los recuerdos. «Todos necesitamos espacios de supervivencia», dice Decors, «nos hemos acomodado a desear, más que vivir, Aquell món idíl·lic».

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