En los años 80, el Premio Nobel de Economía Robert Solow dijo que «puedes ver la era de los ordenadores en todo menos en las estadísticas de productividad». Porque, paradójicamente, a medida que la economía de Estados Unidos adquiría mayor complejidad tecnológica, la productividad de sus trabajadores crecía cada vez más despacio. Un fenómeno inexplicable para los economistas, que comenzó a principios de la década de 1970 -justo cuando nació el término globalización- y se prolongó hasta mediados de los 90.
Y entonces se produjo el milagro. A mediados de los 90, con la revolución de internet, la productividad estadounidense empezó a dispararse. Eso permitió un shock de oferta, la posibilidad de producir más sin que los salarios crecieran de forma peligrosa para la estabilidad de precios.
Muchos hablaron del Nuevo Paradigma, una especie de mundo feliz en el que se iba a crecer sin inflación para siempre jamás. Y la Reserva Federal, bajo Alan Greenspan, pudo mantener una política monetaria expansiva durante una década, sin temor a una explosión de los precios.
La llegada de George W. Bush a la Casa Blanca no cambió las cosas, y la economía estadounidense siguió siendo más y más productiva. Y, de paso, los europeos y los japoneses tuvieron que aguantar todavía más críticas a su supuestamente anquilosado sistema económico.
Desde hace un par de años la Reserva Federal lleva anunciando que el crecimiento de la productividad estadounidense está frenándose. En 2006, sólo aumentó un 1,4%, según datos elaborados por el think-tank de las grandes empresas mundiales The Conference Board. Es decir, la cifra más baja desde mediados de la década de los 90. La revolución de la productividad parece haber muerto.
No sólo eso. En Europa y Japón la productividad está creciendo más que en EEUU, un 1,5% y un 2,5%, respectivamente. Eso, a su vez, da más margen al Banco Central Europeo (BCE) para que mantenga una política monetaria más laxa a pesar de la reactivación de la economía de la eurozona. Aunque las cifras europeas también tienen su truco, según explicaba ayer Financial Times citando a The Conference Board. Porque los trabajadores nórdicos y alemanes, a pesar de sus generosos sistemas de prestaciones sociales, que supuestamente desincentivan el trabajo duro, son mucho más productivos que sus colegas del sur de Europa, concretamente los españoles, portugueses e italianos.
Sube en Europa y Japón
De hecho, el boom del empleo que lleva España viviendo desde mediados de la década de los 90 se ha llevado a cabo en buena medida a costa de la productividad de la economía nacional. Los nuevos socios del Este de Europa también están asistiendo a un masivo progreso en este campo, aunque en su caso se debe a sus bajos niveles de partida.
La noticia de que EEUU necesita más inputs para producir bienes y servicios (que es lo que mide la productividad) es una mala noticia para la primera economía mundial, que desde 1996 se había basado en su capacidad para integrar la tecnología en sus sistema productivo, para captar capitales extranjeros que compensaran su crónica baja tasa de ahorro. Y, sobre todo, es un golpe para la Reserva Federal.
El banco central estadounidense no puede contar con nuevos shocks de oferta. Es decir, si la economía produce más, subirán los salarios y los precios. Eso se produce, además, cuando la actividad se está frenando y la burbuja inmobiliaria se está desinflando. Sin duda, Ben Bernanke, que desde hace casi un año preside el instituto emisor estadounidense, va a echar de menos los tiempos de Alan Greenspan y del Nuevo Paradigma.