Miércoles, 24 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6247.
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 MADRID
AQUI / NO HAY PLAYA
El 'vallenato' de las navajas
Antonio Lucas

Las revoluciones nunca nacieron en barrios como Alcorcón. Las revoluciones no tenían como presa al paria -al menos en origen-, sino que lo suyo iba contra el plutócrata. Estaban inseminadas de un ímpetu de aulas perfumadas con tabaco sindical. En este trajín se fue haciendo el siglo XX y con su defunción enterramos también al penúltimo revolucionario en espera de que aparezca otro modelo de protesta, quizá con Internet como machete. Algunas radios de la madrugada, de esas a las que la lucidez siempre pilla a desmano, lanzaban soflamas apocalípticas más allá de la medianoche sobre los «graves sucesos» en Alcorcón, cuando una panda de macarrillas se echaron a la calle para vengar no se sabe muy bien qué. «Es el síntoma de la revolución», comentó un iluminado. Esto sucede todas las semanas en los arrabales de Costa Polvoranca y queda en un suelto de periódico si no hay nada mejor. No es más que una urticaria vengadora de chulos de distrito con las ideas decomisadas por el aburrimiento. Da igual en qué bando de la ignorancia militen.

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Cuando aparecen ahí, en las fotografías, con las capuchas de monjes que hacen clausura en un banco del parque, uno sospecha que en Alcorcón late una xenofobia mutua, como en tantos otros lugares. Estos no son los hijos de aquellas tejedoras que querían quemar a los burgueses de casino en el siglo XIX. Unos representan a las camadas nativas que veneran al que abre la litrona con los piños; otros son los huérfanos de una inmigración a la defensiva, buscando mal el sitio. Ninguno tiene ni puta idea de casi nada. Han crecido imitando, sin nada propio. Mean en las tapias del futuro porque algo les dice que no se cuenta con ellos. Están encelados con la idea de ser guerrilla y aparecen en los papeles con cara de salvapatrias, confundiendo la insurrección con una reyerta quinqui.

Han vuelto un sábado más al vallenato de las navajas, pero ahora han salido hasta en el Teledirario. «Y eso mola cantidad», dicen. Algunos han visto El odio, de Mathieu Kassovitz, y creen que la justicia es venganza, que la revolución es la antorcha metálica de un coche ardiendo sin motivo mientras se encienden un canuto en la brasa del neumático. Los Ñetas y los Latin King están de un lado; los chicos del lugar, enfrente. Son lo mismo. Es un fracaso más del sistema educativo, mientras todos se educan el hígado en el agrio cuplé del botellón. Están amotinados en el desengaño prematuro. Son desafiantes. Mañana serán otros, en otro barrio, los que marquen con el zotal de sus vomitonas el territorio. La izquierda y la derecha, mientras, enredan con el tema y se lanzan el gas lacrimógeno de los votos. Pero la muchachada no vota. Están cruzándose por Internet la hora de la revancha, porque hay que estirar el filón. Andan flipados con sus fotos. Utilizan el regüeldo de la violencia cuando aúllan: «Sólo nos defendemos». ¿De qué? ¿De quién? Por si acaso, se hacen astillas los parietales.

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