Miércoles, 24 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6247.
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Ségolène contra Ségolène
La opinión de Royal, favorable a la independencia de Quebec, abre una crisis diplomática con Canadá y redunda en los deslices de la candidata socialista a la Presidencia francesa
RUBÉN AMON. Corresponsal

PARIS.- Ségolène Royal tiene dos enemigos camino del Elíseo. Uno es Nicolas Sarkozy, aspirante del partido gubernamental, la UMP. Otro es ella misma, puesto que la candidata socialista insiste en autodestruirse con sus problemas domésticos y con las polémicas de alcance internacional.

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La última ha originado una insólita crisis diplomática con Canadá. Insólita, porque madame Royal ha declarado simpatizar con la causa independentista de Quebec en nombre de un derecho «incontestable».

Es cuanto, sin duda, esperaba escuchar de sus labios André Bosclair, líder del Partido Quebequés e invitado de honor al acuartelamiento socialista de rue Solferino. Ségo no sólo se avino a acogerlo como un aliado político. También dijo que los pueblos tienen derecho a la soberanía y a la libertad. Empezando por los canadienses de Quebec.

El posicionamiento de la aspirante a la Presidencia de Francia ha puesto nervioso al primer ministro del país aludido. Stephen Harper remitió ayer a París un comunicado oficial donde acusa a Royal de injerencia y de deslealtad: «La experiencia nos enseña que es de todo punto inapropiado que un líder extranjero se meta en los asuntos democráticos de otro país amigo. Esperemos que el próximo presidente de Francia comprenda la Historia y el respeto de esta relación entre ambos estados», explicaba con ironía el jefe del Gobierno del país norteamericano.

Incontinencia verbal

La invocación de la Historia, por cierto, no puede sustraerse al recuerdo de una no menos histórica metedura de pata de Charles de Gaulle. Y es que el presidente francés, de visita oficial en Canadá hace ahora 40 años, proclamó desde la tribuna de oradores una expresión que dejó boquiabiertos a los prebostes institucionales: «Vive le Québec livre».

La sombra de aquel desliz ha vuelto a inquietar las relaciones bilaterales. Mucho más cuando la propia Royal aprovechaba ayer la ocasión de una entrevista radiofónica para insistir con cierta obstinación en sus puntos de vista: «Lo que dije y confirmo es que, como en todas las democracias, el pueblo que vota es soberano y libre y, por tanto, los quebequeses decidirán libremente sobre su destino», explicaba la candidata socialista en declaraciones a Europe 1.

No es la primera vez que la llamada Zapatera protagoniza un jaleo internacional por razones de incontinencia verbal. Sirva como ejemplo su reciente visita a Pekín, donde Ségo elogió el modelo de Justicia chino sin miedo a compararlo con el sistema de los tribunales franceses. El mismo revuelo se produjo en su viaje a Oriente Medio. La mamá de hierro quiso reunirse con Hamas y no hizo ningún comentario cuando un diputado del movimiento islámico palestino mencionó que el comportamiento de Israel era comparable al de Alemania durante el nazismo.

Ya puestos, la rival de Sarkozy en los comicios de primavera se opuso a que Irán pudiera llevar a cabo sus programas nucleares en el ámbito civil. Incluidas todas las restricciones en el uso del uranio enriquecido.

El enfoque de la política internacional de Royal contradice las líneas maestras de la diplomacia francesa. De hecho, la ministra de Defensa, Michèle Alliot-Marie, tuvo que intervenir a título oficial para conjurar el riesgo de un enconamiento: «Sólo puedo decir que me siento estupefacta al escuchar cómo la señora Royal se pone a hablar con tanta ligerez de asuntos internacionales que resultan tan delicados».

El problema es que ella se ha convertido en la principal víctima y que dedica más tiempo a justificar sus deslices verbales que a explicar con claridad los puntos cardinales del programa político socialista. Menos mal que ha desaparecido de su horizonte el problema de Nicolas Hulot, símbolo de la ecología francesa y amenaza directa para los intereses socialistas en las presidenciales. El hombre verde había especulado con la posibilidad de presentarse al Elíseo amparado en su enorme popularidad, aunque finalmente ha preferido abstenerse, ya que espera que el ganador de las elecciones se atenga al pacto ecológico que él ha redactado y que ya se han comprometido a aplicar tanto madame Royal como monsieur Sarkozy. Los sondeos concedían a Hulot una intención de voto del 11%. Un margen escaso para aspirar a la segunda vuelta, pero suficiente para crearle problemas a Royal en sus cálculos electorales. Sobre todo porque el voto ecologista suele ubicarse en la órbita de la izquierda.

Queda pendiente conocer las intenciones de José Bové, cabeza visible del sindicalismo y la antiglobalización. Tomará su decisión el 1 de febrero, aunque todos los rumores aventuran una hipótesis afirmativa.

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