«1-1,5 millones». No es una nueva fórmula matemática, sino una de las muchas pancartas que se pudieron ver ayer en Estambul. Si alguien se hubiera atrevido a salir de esa guisa a la calle en Turquía hace tan sólo una semana, le habrían apaleado. Pero ayer, en la macromanifestación que se celebró aquí para recordar a Hrant Dink, el periodista y escritor turco de origen armenio asesinado a balazos por un adolescente ultranacionalista, casi todo era posible.
El mencionado eslogan, que portaba un hombre enmascarado, hace referencia a los entre un millón y un millón y medio de armenios que murieron bajo el Imperio Otomano, el predecesor de la actual Turquía, entre 1915 y 1917. Decirlo le puede costar a un turco hasta tres años de cárcel, tal y como estipula el artículo 301 del nuevo Código Penal. Hrant Dink fue uno de los pocos que reconoció abiertamente el genocidio armenio en Turquía. Ello le llevó antes a los tribunales y, finalmente, a la muerte.
«Asesino 301» fue precisamente otro de los lemas más vistos y oídos en la marcha de ayer, un cortejo fúnebre compuesto por unas 100.000 personas que recorrió durante toda la mañana los ocho kilómetros que separaban las oficinas de Agos, el semanario que Dink había fundado en 1996, de la iglesia armenia de la Virgen María, donde tuvo lugar su funeral. «Es la primera vez que veo al pueblo turco unido con el pueblo armenio. Ha sido muy, muy emocionante», declaró a EL MUNDO una joven que hizo parte del recorrido.
Sin embargo, esta imagen de unión llega demasiado tarde, según un periodista turco. «Esta manifestación se tenía que haber hecho cuando a Dink le juzgaron por el 301 [el pasado año], pero la gente no reaccionó en ese momento. Ahora no basta con decir 'Todos somos armenios, todos somos Hrant Dink'. La pancarta debería ser 'Todos somos Ogün Samast'», señaló en alusión al joven de 17 años que ha reconocido que mató al periodista por denunciar que la sangre de los turcos estaba manchada.
Turquía lleva meses asegurando que va a cambiar el polémico artículo, que constituye además uno de los grandes lastres en su camino hacia la entrada en la Unión Europea (UE). «Cuando acaben los funerales, discutiremos su modificación», reiteró ayer el ministro de Justicia, Cemil Çiçek.
A la sangre se refirió también la viuda de Dink, que pronunció un emocionado discurso titulado Carta a mi amado: «Nada se puede conseguir con esa mentalidad que dice: nuestra sangre es mejor que la vuestra. ¿Quién puede olvidar lo que hiciste, lo que dijiste? ¿Se puede olvidar el miedo? ¿La muerte? [...] Has dejado la vida [...], pero no has abandonado tu país, amor mío».
Durante el acto se soltaron muchas palomas blancas. Una de ellas se posó durante unos instantes sobre el coche fúnebre, tapizado por los claveles rojos y amarillos que le iba lanzado la muchedumbre. En la manifestación confluyeron gentes de todo tipo: turcos y armenios, hombres y mujeres, niños y mayores, intelectuales y artistas, políticos y religiosos.
Erdogan, ausente
Entre los asistentes había además muchas personalidades armenias, invitadas por el propio Gobierno turco a pesar de que Ankara no mantiene relaciones diplomáticas con Ereván. También estuvo el patriarca armenio Mesrob II, que llamó al diálogo entre Turquía y Armenia y criticó al nacionalismo turco. «Las afirmaciones de que los armenios son enemigos de los turcos deben desaparecer de los libros de texto», anotó en el funeral.
No acudieron, alegando problemas de agenda, el presidente de la República, Ahmet Necdet Sezer, o el primer ministro, Recep Tayyip Erdogan, que estaba inaugurando un puente a cientos de kilómetros de Estambul junto a su homólogo italiano, Romano Prodi.
España, por su parte, se sintió representada en los distintos actos por el embajador de Alemania, cuyo país ostenta la presidencia de turno de la Unión Europea. Fuentes diplomáticas españolas en Turquía indicaron a este periódico que el de Hrant Dink ha sido un «asesinato político», algo de lo que quiere desmarcarse a toda costa el Gobierno de Erdogan.