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| Donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú. Donde haya un esfuerzo que todos esquivan, hazlo tú (Gabriela Mistral) |
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ARCADI ESPADA
A veces el periodismo parece un oficio de damiselas/os. Oh, ah, hichgg, se lamenta, antes de caer envuelto en vahídos. Resulta que acaba de descubrir algo terrible en lo que jamás había reparado. Alcorcón, por ejemplo. Una pelea en la fiebre de la noche descubre un pavoroso paisaje sin ley: bandas, chulos, racket, para ir a verlo. Cuando despierta, el periodismo se echa las manos a la cabeza, dios mío, sin pararse a pensar lo sospechoso que resulta descubrir un hecho debajo de un acontecimiento. Porque es extraño que todo eso pasara en Alcorcón y el periodismo sin saberlo, en esta época triunfante de blogs y bla, bla. Pero, en fin, en radios y televisiones empiezan a verter los testimonios. Ah, los testimonios. Todos respondiendo a la pregunta repentina: ¿qué pasa en Alcorcón? Todos clamorosos ejemplos de lo que se llama hindsight bias, (podría traducirse por el se veía venir, o más pudorosamente, por la falacia retrospectiva), es decir, esa venerable práctica humana que consiste en leer el pasado a partir del presente y deducir entre ambos una coherencia y una inexorabilidad turbadoras. Observar cómo los testimonios ponen los hechos a la altura del acontecimiento (para que cuadren) es un triste ejercicio fascinante que al parecer sólo deja indiferente al periodismo.
Los grititos damiselos tienen que ver también con la novedad. No menos fascinante es lo que pasa con la novedad. Para que Alcorcón sea Alcorcón es necesario que se produzca una cierta mímesis: la del suburbio parisino, por ejemplo. Esto permite acogerse a una narratividad ya dispuesta, asunto interesante en un oficio donde cualquiera sería un genio con cinco minutos de más. Pero al tiempo que se precisa la mímesis se exige, paradójicamente, que el suceso descrito no se haya producido nunca antes en la historia de la humanidad local. Que sea notición, chim pón. Por el contrario, no sólo lo de Alcorcón, su mal vino, su racismo y su navaja, ha pasado cientos de veces. Es que sucede lo mismo con asuntos mayores. Ahí está el informe de Warren Anderson y Dan Gainor (analistas de una institución dedicada al marcaje de la prensa liberal norteamericana) sobre el cambio climático y los medios, que me remite el abogado Héctor W. Navarro. ¡Cuatro veces se ha acabado el mundo en el New York Times! Y siempre con la misma retórica. Una retórica yo diría que álgida, porque sirve tanto para morir de frío como achicharrado. Ciertamente, el paso del periodismo simplemente moderno al digital es temible para el periodismo. Por primera vez ha de encararse cada día consigo mismo.
(Coda: «El año era 1895, y fue uno de los cuatro períodos de los últimos cien años en que los grandes medios de prensa predijeron una inminente crisis climática. Cada predicción llevaba sus propios elementos apocalípticos, diciendo que Canadá podría ser 'barrida del mapa' o que la disminución en las cosechas significaría que millones de seres morirían de hambre. El tiempo fue cambiando y lo mismo sucedió con la cobertura periodística -ya sea soplando caliente o frío según los cambios de la temperatura.» (Un resumen en español del informe en www.mitosyfraudes.org.)
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