Era el 17 de noviembre de 1957. Se jugaba en el Santiago Bernabéu, en Chamartín, el partido Real Madrid-Athletic de Bilbao correspondiente a la décima jornada liguera. El encuentro, ya en el minuto 85, era un paseo para el Madrid, que iba ganando por 4-0. Habían marcado Kopa en el minuto ocho, Marsal en el 20, Di Stéfano en el 25 y Rial en el 59.
Entonces Marsal recibió un balón de Di Stéfano cerca del pico derecho del área vasca. Echó a correr en dirección al córner y luego, virando a toda máquina, en paralelo a la línea de fondo, avanzó hacia el portal de Carmelo, driblando sucesivamente a Mauri, Canito, Garay y Orúe. Se plantó ante el portero, que se lanzó hacia él con toda la fuerza y decisión de que era capaz. Marsal, entonces, retrocedió con el balón domesticado mientras Carmelo, burlado, gateaba frenético hacia su figura súbitamente ralentizada, como en una película proyectada de pronto a cámara lenta. La mitad del estadio enmudeció. La otra, presa de un ataque de nervios, gritaba: «¡¡¡Tira, tira!!!».
Pero Marsal no tiraba, mientras todos los defensas («¡¡¡tira, tira!!!») que había ido sembrando por el camino se le echaban encima. Y en ese mismo momento, entre un bosque de camisetas rojiblancas y con Carmelo convertido en una mezcla enloquecida de ave y reptil, hizo un último arabesco y tiró suavemente. Gol. La escena había transcurrido en una secuencia relampagueante y también interminable de algo más de un minuto.
Durante toda su vida, plasmada en ese minuto asombroso, Marsal fue, por encima de todo, el jugador que había marcado «el mejor gol en la historia del Bernabéu». Unos pocos goles posteriores, especialmente uno muy parecido de Butragueño al Cádiz, el 11 de febrero de 1987, en partido de Copa, trataron en vano de ser comparados con el gol de Marsal, una frase que era y sigue siendo más que una categoría: una antonomasia. Algo así como El teorema de Pitágoras o El principio de Arquímedes.
Pero José Ramón Marsal Ribó no era griego, sino español. Había nacido en Madrid el 12 de diciembre de 1934. Estudiante en el colegio del Pilar, sus habilidades con el balón en el patio colegial lo llevaron, en 1948, a ingresar en los juveniles del Real Madrid y jugar en el Plus Ultra, el filial blanco. El Madrid lo cedió, para que se fogueara, al Hércules y el Murcia.
De Levante regresó convertido en un interior rápido y hábil, aunque algo intermitente, que manejaba las dos piernas y poseía esa cualidad intangible que siempre se ha llamado «olfato de gol». El entrenador, José Villalonga, lo colocó en el equipo titular que disputó, frente al Stade de Reims, la victoriosa final de la primera Copa de Europa. Marsal contribuiría a ganar dos más y tres Ligas.
La desgracia en forma de lesión gravísima contribuyó a hacer de él, tan dotado para la fantasía, otro de esos tristes ejemplos de retirada prematura. El 28 de mayo de 1958, en un partido ante el Celta, al salir de un regate, pisó mal en una irregularidad del césped y se destrozó la rodilla. Tal vez hoy hubiera tenido solución. No en aquella época. Cuando pudo volver a jugar, el Madrid lo cedió al Plus Ultra. Pero Marsal no se recuperaba y, tras un fichaje por el Murcia y el modesto Abarán, se retiró. Aunque perito industrial, montó un negocio de fontanería y, más adelante trabajaría en una empresa constructora.
Su breve carrera en el Madrid, que lo llevó a ser una sola vez internacional, habla sobre todo de un goleador. En la Liga marcó 21 tantos en 45 partidos. En la Copa, uno en cinco. En la Copa de Europa, cinco en nueve. En total, 27 goles en 59 encuentros. Un porcentaje muy alto.
José Ramón Marsal, futbolista, nació el 12 de diciembre de 1934 en Madrid, ciudad donde falleció el 21 de enero de 2007.