JAVIER BLANQUEZ
Festival del Mil·lenni
Escenario: Palau de la Música./ Fecha: 19 de enero.
Calificación: **
BARCELONA.- La canción de autor no ha descubierto nunca la piedra filosofal, pero sí esconde un factor clave que le permite conservar público temporada tras temporada y, además, defenderse contra el paso del tiempo, es decir, riqueza (humana) y longevidad.El secreto está en sustentar el discurso sobre la palabra -los textos- antes que en la música -la forma-, y por eso ver a Georges Moustaki a sus 73 años, débil y estático, sigue siendo un buen espectáculo.
Sin embargo, habría que pensar en saber decir basta. Hay muchos mitos que se resisten a la jubilación, quizá porque se aferran a ese ethos romántico que llama a cumplir con el deber hasta el fin. En cada temporada de conciertos hay siempre una cuota de programación reservada para ilustres veteranos que antaño fueron artistas soberbios y hoy sólo son recuerdos. Y Georges Moustaki, que tiene la palabra de su lado, lo que no tiene ya son fuerzas. Su voz sonó mecánica y plana; cargada de sentimiento y poesía, es cierto, pero sin el vigor que merecerían unas canciones que condensan lo mejor de la tradición mediterránea.
De todos modos, también es injusto recomendarle la retirada a Moustaki, y no es el objetivo de estas líneas. Más bien sería una reflexión -con un poco de lamento- acerca de cómo ni siquiera el tiempo respeta al arte. Deberíamos estar agradecidos de haber podido disfrutar del maestro francés una vez más, de verle erguido con sus ropas blancas, su guitarra, cantando para la ocasión y puntualmente en catalán -leyendo, de forma algo atropellada, con equivocaciones, pero con brioso remate final- e incluso bromeando en francés para disfrute de quienes entendieran sus parlamentos.
Y aún así, fue un concierto con sabor agrio, porque aunque los fans más incondicionales tuvieron una generosa ración de canciones de su repertorio clásico, la sensación de haber visto a un Moustaki en el final de su carrera no es precisamente la de privilegio.Porque aunque sigue teniendo, como decía el poema de José Agustín Goytisolo, «la voz y la palabra», la suya es hoy una voz cansada.
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