ANGEL DIAZ
MADRID. - Antes de que los humanos llegaran a Australia, habitaban esas tierras canguros con cuernos, marsupiales con fauces de león y otras extrañas criaturas ya desaparecidas. Algunas de ellas quedaron atrapadas en las cuevas de Thylacoleo, al sur del país, donde perecieron y quedaron fosilizadas hasta que, en 2003, fueron halladas por azar. Tras varios años de indagaciones, los expertos acaban de presentar sus primeros resultados, los cuales apuntan a nuestros ancestros como los causantes de la extinción.
Según revela hoy la última edición de la revista Nature, estas especies del Pleistoceno vivían en un clima seco, parecido al que hay ahora en aquella región. La única diferencia es que, en aquel tiempo, la zona aún tenía árboles, mientras que ahora es una estepa casi desértica. De acuerdo con estos datos, la extinción de la fauna australiana no pudo deberse a un brusco cambio del clima, como se venía diciendo desde el siglo XIX, sino que, probablemente, fue provocada por los humanos.
El paleontólogo Gavin Prideaux, del Western Australian Museum, y su equipo, han encontrado ocho nuevas especies de canguro, algunas de hasta tres metros de altura, y fósiles completos de marsupiales depredadores. Todas estas especies, 69 en total, vivieron hace entre 200.000 y 800.000 millones de años, pero 21 de ellas desaparecieron a finales del Pleistoceno.
La comunidad científica está dividida en cuanto a cuál fue la principal causa de la oleada de extinciones que asoló Australia en este periodo: unos sostienen que fue la prolongada sequía que sufrió la región hace unos 26.000 años, mientras que otros argumentan que fueron los hombres, bien cazando a los animales o bien modificando el entorno con sus actividades, quizás quemando la vegetación.
El estudio de este auténtico tesoro de la zoología sugiere que la última hipótesis es la más plausible. «La mejor explicación es el fuego», indica Prideaux. Los investigadores creen que los árboles y matorrales que hoy se encuentran en áreas limitadas de la región estaban mucho más extendidos en el Pleistoceno, y que servían de base alimentaria para los canguros y marsupiales extintos.
Prideaux y sus colegas reconocen que no hay pruebas de que los humanos causaran la deforestación, aunque sí creen que queda desmontada la hipótesis de la sequía, en vista de que los animales habían soportado los vaivenes del clima durante medio millón de años.
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