Jueves, 25 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6248.
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«El Che ejecutó a gente, pero también hay aspectos de él que son admirables»
Jon Lee Anderson presenta la nueva edición revisada de su biografía del líder revolucionario
ELENA CUESTA

BARCELONA.- Ernesto Guevara de la Serna no siempre fue el Che. Fue precisamente ese viaje interno el que atrajo al periodista Jon Lee Anderson, que no descansó hasta encontrar el camino que llevó a un médico con ansias de curar a leprosos a convertirse en «el revolucionario más implacable de nuestro tiempo».

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Anderson es el autor de la biografía más completa y certera del Che. Tardó años en construirla, porque el periodista -ganador en 2005 del Premio Reporteros del Mundo en memoria de Julio Fuentes y Julio Anguita Parrado que concede este periódico- tuvo que llegar a gente que no había hablado antes y a materiales que nunca habían salido a la luz. Entrevistas en exclusiva y por primera vez con Aleida March, la viuda del revolucionario, y una lectura concienzuda por sus diarios (incluidas las partes que se habían censurado) ayudaron a levantar un retrato alejado de la mitificación oficial del régimen de Castro.

Con motivo del 40º aniversario de la muerte del combatiente, Anagrama publica ahora Che Guevara. Una vida revolucionaria, una nueva traducción de esta biografía que ya se había publicado en España hace 10 años, en otro sello. Pero, a los ojos de Anderson, aquella publicación no cuenta, porque contenía errores de traducción.

En la nueva revisión al español, el autor ha aprovechado para incluir datos inéditos, corregir otros y agregar voces. Pero la esencia es la misma: «Mi objetivo era reflejar la realidad de un hombre que fue muy conocido, que se convirtió en un icono del siglo XX, pero que no fue muy bien comprendido», explicó ayer el biógrafo.

El de Anderson es un Che «con todas sus virtudes y todos sus defectos. No era un héroe y tampoco un demonio. Ejecutó a personas, pero también hay aspectos de él que son admirables y que le han convertido en un icono universal. Reúne las cualidades que hemos otorgado a nuestros mitos desde la época de los griegos, como el idealismo de juventud, la conviccción de que el mundo puede cambiar, la disposición a sacrificarse por unos ideales y el inconformismo ante un mundo desigual».

Con El capital de Marx como biblia, Ernesto Guevara encontró una explicación a la miseria que asolaba el mundo. Yentendió que el capitalismo y EEUU eran sus enemigos. «Ahora, 40 años después de su muerte, tenemos otro hombre que pregoniza el cambio del mundo y culpa a EEUU de todo: Bin Laden. Aparentemente son santos de la misma iglesia, pero entre ambos hay diferencias formidables. Che rehuía del terrorismo; él mató, pero siempre dentro de un código de caballeros de guerra. En cambio, Bin Laden es un visionario cuya táctica es matar a civiles para lograr su cometido».

Anderson conoce bien a Ernesto Guevara y al Che. Para acceder de verdad al segundo tuvo que viajar muy atrás en el tiempo hasta encontrar al primero. Su reconstrucción no fue fácil. Tuvo que empezar de cero. «Había grandes lagunas en la cronología de su vida y los libros o artículos que había sobre él o eran panfletarios y oportunistas o eran demonizaciones tendenciosas», explicó el autor, que vivió en Cuba durante unos años, aunque allí sólo encontró a un «Che fetichizado, y todos los testigos eran inamovibles al respecto».

Anderson no consiguió cruzar esa coraza hasta que viajó a Argentina, la tierra natal de Ernesto Guevara. Allí se adentró en el idealismo de un joven que se hizo médico para curar las enfermedades de los pobres. Pero lo más importante es que el periodista, por fin, llegó a conocer a Guevara antes de que se convirtera en Che. «Con el testimonio de familiares y amigos de juventud, se empezó a romper la hegemonía del Che fetiche», recordó Anderson.

Che murió en Bolivia en 1967. Lo capturaron los militares que secundaban la dictadura. Y lo ejecutaron. Por aquel enconces, Che mantenía sus ideales, «pero era menos utópico y empezó a conocer algunos límites», evocó Anderson, que no duda en afirmar que «el tiempo lo hubiera moderado». Aunque nunca, con el mito persiguiéndole, hubiera podido regresar a Ernesto Guevara de la Serna.

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