Jueves, 25 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6248.
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 CULTURA
Plensa y La Fura se desafían en París
Los catalanes presentan un díptico operístico «sobrio y contenido» con obras de Bartók y Janacek
RUBÉN AMON. Corresponsal

PARIS.- Jaume Plensa y La Fura dels Baus han convertido el Palais Garnier en el símbolo metafórico de un castillo. No tiene murallas ni almenas, pero su ubicación intimidatoria e imponente en el Boulevard Haussman redunda en el énfasis de una imagen poderosa y apabullante.

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Dentro, el equipo catalán ha concebido un díptico para melómanos avanzados, militantes de la causa e intelectuales compulsivos. No sólo por haberse atrevido a desempolvar una compleja y ambigua obra maestra de Béla Bartók (El castillo de Barba Azul, 1918). También por haberla confrontado con una partitura contemporánea de Janacek (Diario de un desaparecido, 1921) al abrigo de un lenguaje musical descarnado y crudo.

La idea proviene de Gérard Mortier, director de la Opera de París y mecenas incondicional de La Fura dels Baus. Fue el agitador belga quien les propuso matrimoniarse con Plensa en el Festival de Salzburgo (La condenación de Fausto, Berlioz) y quien volvió a reunirlos con la mediación de Argullol en el templo de La flauta mágica (Mozart).

Ahora les ofrece la bombonera, el mármol y los oropeles del Palais Garnier, aunque los fureros anticipan un cambio de registro. Se vislumbra un espectáculo menos físico y visceral. Prevalece, en cambio, el propósito de alojar ambas óperas en el espacio mental de los espectadores.

«El montaje es sobrio, contenido, desprovisto de elementos escénicos», explicaba ayer Jaume Plensa como prueba de su talento polifacético. «Nos ha interesado darle importancia dramática a la luz y a la oscuridad. Queríamos respetar la abstracción de las dos óperas, buscar la complicidad del público, desarrollarla con una cierta idea de comunión».

Comunión pagana y carnal, puesto que Béla Bartók y Janacek, máximas referencias culturales del Este de Europa en el umbral de la vanguardia, nos hablan de las pasiones humanas sin miedo a indagar en los recovecos del alma. El primero se vale del mito del desencuentro. Y el segundo, igual que un espejo invertido, se expresa en la metáfora del encuentro.

«Son tantas las semejanzas como las similitudes entre las dos obras», señalaba ayer Carles Padrissa en nombre de La Fura dels Baus. «Responden a un mismo contexto histórico y compositivo, pero su desenlace es prácticamente el opuesto. La obra de Janacek es más telúrica. La de Bartok es más faustiana», añadía el demiurgo de la troupe catalana.

El espesor de la música y la historia del templo lírico parecen haberles coartado positivamente. No están acostumbrados a trabajar en teatros donde moran fantasmas decimonónicos ni a resignarse a limitar la imaginación ni a contener su dominio del campo visual.

Por eso hablan de un reto a contracorriente. «Nos ha costado hacer esta apuesta, pero creíamos que la redondez de lo escrito en El castillo de Bartók, tanto en el plano literario como en el musical, exigían el esfuerzo de ceñirnos a la obra. No hemos sentido la necesidad de poner muchas cosas nuestras. Nos hemos dejado llevar por el material que teníamos delante», concluye Alex Ollé en nombre de La Fura.

Es la manera de celebrar sus primeros 10 años de trabajo con Jaume Plensa. También es un modo de sintetizarlos y de buscar una clave de lectura en el horizonte de los trabajos que puedan hacer juntos.


Camino de Barcelona

Telúrico y faustiano, el díptico de Plensa/La Fura se estrena mañana en París camino de Barcelona, puesto que el Teatro del Liceo participa en la producción parisina y tiene previsto estrenarla en noviembre de 2007.

Las ideas estéticas y dramatúrgicas son exactamente las mismas, como idéntico es el concepto de la desnudez, aunque las proyecciones que La Fura ha realizado en el foyer y los salones del Palais Garnier van a sustituirse en Barcelona por los elementos arquitectónicos del propio Liceo.

Es una manera de subrayar el mimetismo que Jaume Plensa reivindica cada vez que se aviene a trabajar en la ópera. Es decir, que el espacio teatral no sólo concierne al escenario, sino que también se prolonga hacia al auditorio e insiste en la relación con quines se sientan al otro lado del telón.

«Fuimos nosotros quienes le pedimos a Mortier trabajar en el Palais Garnier antes que hacerlo en La Bastilla. La relación con el público es más directa e inmediata. Hay una continuidad. Necesitamos tener cerca de los espectadores, envolverlos en nuestro viaje hacia la psicología y la intimidad», explicaba Jaume Plensa.

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