LUIS ALEMANY
MADRID.-
Veloces travellings de 360 grados, esmoquins blancos de solapas gigantes, monumentales partidas de póker, chulos de barrio, fachas de provincias, whisky Dyc, prostitutas obesas y una letanía jazzística que inyecta ritmo a la película... ¿De verdad que ése es el aspecto de lo nuevo de Ventura Pons?
Pues sí. La vida abismal (estreno el viernes), el nuevo filme del cineasta barcelonés, es una historia frenética que retrata la vida y la muerte de El Chino, un tahúr de los arrabales de Valencia en los últimos años del franquismo. Sus desventuras transcurren a veces con maneras de noir afrancesado y, a veces, con aires de blaxploitation. Y, sin embargo, la película lleva marca de la casa Pons.
«Esta historia», explica el director, «me interesó porque habla de la amistad, de la iniciación a la vida, de la muerte y la autodestrucción». O sea, tres temas recurrentes en la cinematografía del autor de Ocaña, retrato intermitente. A Pons, el alimento le viene esta vez de las páginas de una novela, La vida en el abismo, del valenciano Ferran Torrent. Fue allí donde nació El Chino -El Roget en la novela-, un jugador kamikaze, aficionado al doble o nada en los casinos y en la vida. Un tipo que recita versos de amor ridículos antes de descubrir una jugada ganadora igual que estafa a los bancos. Es decir: el papel perfecto para un actor con las facciones y el deje pendenciero de Oscar Jaenada.
«Descubrí a Oscar en un pase de Camarón y me quedé sin palabras», recuerda Pons. «Tenía que ser él». Y él, Jaenada en persona, sentado a su lado, enjoyado y bigotudo como un buen tahúr, esboza su sonrisa de canalla. «El Chino es un perdedor, por mucho que gane partidas a lo largo de la película. Es incapaz de conservar nada; corre y corre hacia su destrucción», explicó el actor.
Ese viaje al abismo tiene un testigo en Ferran (José Sospedra), el clásico chico inocente y melancólico de las historias de iniciación, al que le arrasa un vendaval de vida. Ahora quiere ligar sin pagar, proclama tras toparse con una turista francesa «guapa, culta y liberada». Él mismo, 30 años después, intenta dar sentido a la historia. «¿Me inventé el personaje para escapar de ese mundo?», se pregunta el Ferran adulto, interpretado por Antonio Valero.
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