PABLO SANZ
Frank Lacy
Intérpretes: Frank Lacy (trombón, fliscorno y voz), Germán Kucich (piano), Carlos Barretto (contrabajo) y Juanma Barroso (batería). / Escenario: Café Central (Madrid). / Fecha: 19 de marzo.
Calificación: ****
MADRID.- Nos había visitado este verano con la Mingus Big Band. Fue la enésima ocasión de nuestro público para disfrutar del soplo enérgico y vital de Frank Lacy. Sus regulares saludos a la afición van camino de convertirse en un clásico, cuyo último capítulo supuso el regreso a una de las salas favoritas del trombonista, el Café Central de la plaza del Angel. Allí el jazz volvió a desnudarse para vestirse de razones y presentarse como él mismo, natural y sencillo.
A Frank Lacy se le reconoce como uno de los salvaguardas más auténticos de la pureza jazzística, aquella que nos agita los sentidos del blues y las emociones libres del fraseo improvisado. Su paso por la modernidad jazzística ha dejado huellas venerables en Dizzy Gillespie, McCoy Tyner, Don Pullen o la Brass Fantasy del añorado Lester Bowie. No obstante, y a pesar de la exclusividad de su expresión y autoridad creativas, su figura hoy sigue arrastrando la condición de maldita. Y exiliada, ya que desde hace años reside en París, hastiado de la Administración Bush. Todas estas consideraciones no importarían demasiado si atendemos a las conclusiones artísticas. Pero, vaya, la gran familia del jazz le debe algo a Lacy, que, además, es licenciado en Física Nuclear. Y no es broma.
Al Café Central acudió con una rítmica casera, la formada por el pianista Germán Kucich, el contrabajista Carlos Barretto y el baterista Juanma Barroso. El trombonista se empleó a fondo tanto con el trombón como con el fliscorno, echando mano de su canto al final de la velada para demostrar a todos que el jazz no sólo es audacia e imaginación, sino también diversión. Su soplo tuvo muy presente la respiración de Barretto y Barroso, que se comportaron como sólidos aliados. Kucich tuvo manos libres para hacer todos los subrayados melódicos que quiso.
Lacy propuso un feliz paseo por la música improvisada y el blues, entregado entre fraseos exuberantes, vibrantes y musculosos. La noche tuvo citas propias y menciones a maestros como Mingus, además de una despedida funky difícil de olvidar. Es la dicha de un creador que piensa hacia dentro, pero vive hacia fuera.
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