QUÉ: Una muestra ofrece los trabajos de 25 jóvenes artistas que viven y trabajan en la capital.
DONDE: En el Real Jardín Botánico, hasta el 4 de febrero.
INTERÉS: Es el broche al homenaje a La Movida de la CAM.
Si viviste los 80 y te acuerdas es que no los viviste», escribió con tipografía venenosa José Tono Martínez, capo máximo de la mítica revista La Luna de Madrid. Otra cosa es que la década de marras, marea alta de los excesos pero también fuerte resaca en lo creativo, siga teniendo capacidad para regurgitar unas imágenes que se agazaparon bajo el párpado y ya no salieron: una levitante jarra de gazpacho con somníferos (Pedro Almodóvar), una pistola de fogueo en manos de un demonio de cuero (Pablo Pérez-Mínguez), una bola que a todo el mundo le mola (Alaska).
Competir en efervescencia y espontaneidad con los hallazgos estéticos y artefactos varios que vieron la luz en aquella época irrepetible -eran años a la contra- no es cosa fácil. La exposición Destino futuro, en cualquier caso, recupera las vibraciones que provocó en su día esa inconsciente convulsión contracultural que responde por Movida para, con dos décadas y pico de inercia, indicar por dónde van los tiros ahora y, sobre todo, por dónde lo harán próximamente.
Un total de 25 jóvenes creadores que viven y trabajan en la capital participan en la muestra. Se trata de una convocatoria multidisciplinar (hay pintura, escultura, fotografía y videoinstalación) con la que la Comunidad de Madrid pone el broche a las actividades organizadas para dar lustre al invento del profesor Tierno Galván. «Hubiera sido una deslealtad profunda hacia los antiguos creadores de la Movida no acordarnos en estos últimos coletazos de los nuestros», puntualizó en el acto de presentación el director general de Archivos, Museos y Bibliotecas, Alvaro Ballarín.
Pero poco hay de nostalgia y sí mucho de vanguardia en Destino futuro. El Real Jardín Botánico es, por tanto, hasta el 4 de febrero, un excepcional muestrario de plantas y flores y también una buena plataforma desde la que asomarse a lo penúltimo del panorama artístico de la ciudad. Por algo todos los trabajos son de factura reciente: algunos realizados para la ocasión (en el propio recinto y durante cuatro días de montaje), otros inéditos.
Las diferentes piezas aparecen engarzadas a partir de evidentes referencias a la urbe. A poco que se rasgue, hay más. Cuestiones como la necesidad de expresarse, de disfrutar de la libertad; temas de largo alcance político-social (inmigración, identidad) e, incluso, psicológico (familia); y, por encima del resto, «la consciencia de que es necesario reaprovechar», en palabras de la comisaria de la exposición, Oliva María Rubio, se plantean al visitante a partir de sugestivos envases.
«Lo que se puede contemplar es reflejo de nuestro tiempo», agregó Oliva. A fe que es así. Ahí están, para invitar a la reflexión, las fotografías de Concha Pérez, Refugios, alojamientos temporales y arquitecturas (chabolas y una fuente ocupada por mantas y colchones) y de Patric Tato Wittig, T-4 (panorámica de la nueva pista de Barajas con un minúsculo y vetusto cementerio en primer plano); eso por no hablar de Shooting stars, la videoinstalación con la que Daniel Silvo enseña el volumen de desperdicios que lleva el mar a la costa en una noche cualquiera; o el cartelón publicitario recubierto con esmalte de automoción que Iván Pérez emplea como metáfora de los lugares de tránsito de la sociedad actual.
Destino futuro presenta, por último, un programa de performances y mesas de debate que se celebrará el próximo fin de semana.