PABLO PARDO. Especial para EL MUNDO
WASHINGTON.-
La audacia de la esperanza. Ése es el título del discurso y del libro con los que el precandidato demócrata a las elecciones de 2008, Barak Obama, se convirtió en una estrella en la política de Estados Unidos. Pero también podría ser el resumen del discurso sobre el Estado de la Unión que el presidente de EEUU, George W. Bush, dirigió a las dos cámaras del Congreso el martes. Un Bush liquidado en las encuestas trató de recuperar la iniciativa política con una serie de pasos simbólicos en política interior y con la reafirmación de su política exterior. Pero, al contrario que en el caso de Obama, este discurso no parece haber convertido al inquilino de la Casa Blanca en la estrella política que fue.
En sus 49 minutos de disertación, Bush fue interrumpido 56 veces por las ovaciones de los asistentes. Pero la mayor parte de esos aplausos procedieron de la parte del hemiciclo en la que estaban sentados los republicanos.
La imagen de Obama -y, justo en la fila tras él, de la principal candidata a la nominación demócrata, Hillary Clinton- sentados y con cara de póker mirando a Bush contrastaba con las habituales exhibiciones de adhesión incondicional que han acompañado a las intervenciones del presidente en el Congreso. Bush terminó su intervención con un «gracias por sus oraciones» a los asistentes. Aunque, a juzgar por las reacciones del discurso, más que rezar por él, los congresistas van a hacerle vudú.
Ayer, las críticas al presidente eran generalizadas a derecha y a izquierda. El más feroz fue el ultraconservador precandidato republicano a las presidenciales de 2008 Tom Tancredo, que calificó la propuesta de Bush en materia de inmigración como «el mismo cerdo pero con una barra de labios ligeramente nueva».
Los dos principales aspirantes de ese partido a la Casa Blanca en 2008, el ex alcalde de Nueva York Rudy Giuliani y el senador por Arizona John McCain, optaron por mirar hacia otro lado. «Creo que el presidente está tratando, no de dejar atrás Irak, sino de recordarnos que hay otros asuntos y muchas otras cosas que nos afectan», dijo Giuliani. McCain elogió que Bush hablara de inmigración y también se dijo «contento de que tocara el tema del cambio climático».
La respuesta de los demócratas fue igualmente negativa. Obama concluyó que «la prueba real de liderazgo no es lo que el presidente haya dicho, sino cómo trabaja con el Congreso para encontrar soluciones reales a los problemas que afrontamos». El senador se refería así a los llamamientos de Bush al consenso, y a su agenda claramente centrista. Claro que esa retórica fue traicionada por ciertos tics políticos, como la insistencia de Bush de referirse al partido de la oposición como Democrat cuando su verdadero nombre es Democratic.
Es un matiz que saca de sus casillas a los miembros de esa formación, que lo consideran un insulto -sería algo así como que un político español llamara públicamente sociatas a los socialistas-. Con esas bromas, es difícil lograr consenso.
Ayer mismo, el Comité de relaciones Exteriores del Senado votó en contra de la decisión de Bush de enviar 21.500 soldados más a Irak por considerar que «no está en el interés nacional». Por ahora, todo indica que la opinión pública y los legisladores coinciden con Hillary Clinton que, tras la intervención de Bush, declaró que «el presidente sigue defendiendo una estrategia fracasada». Una Hillary Clinton cada día más fuerte en su carrera por la nominación demócrata a la presidencia en 2008, ahora que John Kerry ha decidido no presentarse.
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