Jueves, 25 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6248.
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Impresiones
Un presidente débil, un discurso irrelevante

George W. Bush desperdició anteanoche la última oportunidad de decir en el discurso del Estado de la Unión algo importante que pudiera implementarse durante su mandato. Si su intervención pasa a la Historia, será sólo porque por primera vez este presidente hablaba ante un Congreso dominado por el partido adversario. Seguramente por eso, Bush se centró más que en otras ocasiones en asuntos internos como la Sanidad, la Educación o la Energía, aunque ninguna de sus iniciativas -algunas por repetidas, otras por poco originales, otras por ineficaces- captaran el interés de su auditorio. Menos novedosa, si cabe, fue aún su intervención respecto a Irak. De nuevo el presidente situó la intervención estadounidense en el vasto contexto de la guerra contra el terror y el 11-S, para acabar solicitando un refuerzo de las tropas allí desplegadas hasta «completar su misión», algo que el Comité de Relaciones Exteriores del Senado se apresuró a rechazar ayer. En comparación con este discurso irrelevante, la fuerza de la noche estuvo en la breve respuesta de los demócratas, que eligieron un simbólico representante: Jim Webb, el senador veterano de la Guerra del Vietnam, ex secretario de la Marina con Reagan y uno de los más vehementes opositores del conflicto iraquí. «La mayoría de la nación ya no apoya la forma en la que la guerra se está desarrollando, ni la mayoría de nuestros militares, ni la mayoría del Congreso. Necesitamos una nueva dirección», señaló el demócrata. Algo que el presidente saliente, a juzgar por su discurso, ya no va a proporcionar.

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