RAUL DEL POZO
Las espesas concejalas y los políticos lilones tienen un reflejo norcoreano y niegan lo evidente, que Alcorcón -quien dice Alcorcón, dice los cinturones industriales urbanos-, están tomados por los hijos de la patera y el cayuco. Los niños airados hacen tiempo para ser camellos de perico; les sacan los lewis a los pijos o les cobran el impuesto en el polideportivo. Los grafiteros indígenas escriben: «Vamos a matar a los panchos»; los cholos contestan: «Esta noche os prendemos fuego».
Ni los ministros ni los concejales parecen entender que ahora La Internacional está en la bitácora y su ritmo es rap, su letra sobrevivir, su arma la candela y sus derechos se han escrito en la Constitución; son los nuevos topos, la décima parte de nuestro censo que, cuando se ponen vacilones antes de encender las hogueras, se marcan reggaeton o la cumbia, según del cono que sean.
Miguel Sebastián ha condenado a los emigrantes que pisen los códigos a la deportación. Eso no se atreve a decirlo ni Le Pen. Espere 10 años, señor Sebastián, y descubrirá que los que limpian hoy los váteres elegirán al alcalde de Madrid. St. Denis ya está en Alcorcón y al Bronx se llega por Lavapiés. Son los gangs de una sociedad de familias deshechas, apátridas del hambre, canis, salvatruchas y quechuas andinos soterrados en un metro. No hay ministro del Interior ni candidato a la Alcaldía que los pueda limpiar con Kärcher. Ya tenemos montado el escenario, los banliues, los fachas de pásalo y los mosquitos encapuchados.
Cuentan que Mitterrand dio acceso al Frente Nacional; con la picardía del cangrejo rojo creyó que con un Frente Nacional potente, la derecha sería innelegible. Veinte años después de aquella traición, el primer partido obrero de Francia es la extrema derecha.
Lo que más ha asustado a los falsos blancos es que los panchitos llevaran una catana. Las concejalas y los maderos dicen que no son kings. Es que ya no llevan la quincallería, ni los piercings con coronas de cinco puntas. Las pandillas urbanas se adaptan para confundirse en el ambiente donde se mueven. En las tribus, incluso los inocentes se transmutan en matones, como las serpientes de agua, fingen ser caracolillas venenosas.
Cinco millones de emigrantes, casi dos de latinomericanos, ya han cambiado el ritmo del sueño de España; aún falta mucho para llegar a los tres millones y medio de españoles que emigraron a América entre 1850 y 1959. Los héroes de pasamontañas en enero, el podador, han cambiado la navaja por la catana. Madrid siempre fue ciudad navajera y ningún madrileño con casta salía de casa sin su alfiler o abanico. Ya no es ayer, mañana no ha llegado, y ya hay una exacerbación del barrio con catana.
Otra idiotez es decir que España no es racista. Siempre lo fue. En el siglo XVI, el racismo fue elevado a sistema de gobierno. Mediante los Estatutos de Limpieza de Sangre, los españoles limpios impusieron la marca de la sangre.
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