Aquéllos que llevan años intentando dejar de fumar y no lo consiguen pueden tener, a partir de ahora, una novedosa alternativa: un certero golpe en la cabeza, en concreto, dentro de la corteza cerebral en la región conocida como ínsula. Una investigación dirigida por Hanna Damasio y Antoine Bechara, del Instituto Cerebro y Creatividad de la Universidad del Sur de California, ha revelado que los pacientes con su ínsula deteriorada por una agresión o un infarto pierden de forma casi inmediata el impulso de encender un cigarrillo.
Obviamente, no se trata de deteriorar el cerebro para salvar los pulmones, pero estos nuevos resultados abren el camino a nuevas terapias que ayuden a dejar el hábito o que sirvan como complemento a las que ya existen.
Hasta ahora, los científicos no habían prestado mucha atención a la ínsula, una región no mayor que una moneda que está relacionada con las emociones y los sentimientos. «Es realmente sorprendente pensar que cerrando esta región interrumples el sentimiento de placer asociado con fumar», ha declarado Hanna Damasio, esposa del famoso neurólogo Antonio Damasio. Fue éste último quien, en los años 90, señaló a la ínsula como «la plataforma de las emociones y los sentimientos» y reveló que cuando se dañaba la corteza cerebral, el individuo perdía su capacidad de sentir.
Centro de la ansiedad
De hecho, se cree que esta estructura recibe la información de otras partes del cuerpo y ayuda a convertir esas señales en nuestros subjetivas sensaciones de hambre, dolor o ansia por tomar drogas. «De hecho, uno de los problemas en las adicciones es la dificultad de frenar el impulso de fumar, drogarse o comer. Ahora ya sabemos hacia qué punto del cerebro deben dirigirse las investigaciones sobre la ansiedad», señala Becharia.
Como ocurrió en el caso de Antonio Damasio, también este trabajo, publicado hoy en la revista Science, partió de un caso concreto: un paciente que fumaba 40 pitillos al día y, tras un golpe en la cabeza, olvidó que tenía que fumar. El caso llamó enseguida la atención de los neurólogos.
Lo primero que hicieron fue localizar a 69 pacientes con daños en el cerebro que eran adictos al tabaco antes de sus lesiones. De ellos, 19 tenían afectada la ínsula. Comprobaron que 13 de ellos habían dejado de fumar con rapidez y facilidad después de su deterioro. Cuando se hizo el estudio, llevaban más de un año sin convivir con el tabaco. Eso sí, los autores desconocen por qué los otros seis sujetos con la misma lesión siguieron enganchados a la nicotina. Además, entre los que tenían dañadas otras zonas del cerebro, también hubo fumadores que dejaron el hábito, pero tuvieron que hacer más esfuerzo.
Bechara y sus colegas concluyen que la ínsula dañada reduce más el impulso que la experiencia placentera o la recompensa asociada con fumar, que serían otras de las piezas fundamentales para las terapias antitabaco.
Ahora bien ¿este deterioro afecta también a otros comportamientos? Los autores no han podido estudiar otros tipos de adicción, como el alcohol o las drogas duras, pero Bechara cree que los resultados con el tabaco pueden generalizarse a otras sustancias.
Curiosamente, en lo que no influye es en las ganas de comer. Para los científicos, la razón es clara: hay que ingerir alimentos para vivir y hay muchas zonas del cerebro implicadas en cubrir esa necesidad. Sin embargo, fumar o drogarse son comportamientos aprendidos y prescindibles. «Es diferente un acto habitual que otro instintivo», argumenta Hanna Damasio, para quien lo más importante del descubrimiento es la estrecha relación entre los hábitos y las emociones, ambos en la misma zona cerebral.
Una vez descubierto el talón de Aquiles del tabaquismo, Bechara sugiere que un tratamiento podría utilizar la llamada estimulación magnética transcraneal, pequeñas descargas eléctricas que podrían interrumpir la actividad de la ínsula de un fumador empedernido. Eso sí, antes hay que asegurarse de que sólo se acaba con los hábitos malos, y eso aún no se sabe.