Viernes, 26 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6249.
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NORMAN MAILER / Escritor
«El tema de Jesús me quedó grande, pero, ahora, trabajar con Hitler y el diablo ha sido más fácil»
Norman Mailer, el último gran autor de la literatura estadounidense del siglo XX, regresa con una nueva novela, 'The castle in the forest', ambientada en la infancia de Adolf Hitler. El gran 'hipster' sigue en forma
CARLOS FRESNEDA. Corresponsal

NUEVA YORK.- Aparece encorvado, renqueante, apoyándose en dos bastones alternativamente. A punto de cumplir los 84 años, Norman Mailer no disimula su fragilidad, ni su condición de gran superviviente de la portentosa generación de escritores norteamericanos que tomó cuerpo tras la posguerra y rompió de una vez para siempre los límites entre la ficción y la realidad. El autor de Un sueño americano, Los ejércitos de la noche y La canción del verdugo no es tan fiero como lo pintan. Su mirada azul conserva la fuerza del pasado, su voz fulminante puede intimidar, pero hay algo en él que invita a la conversación o al amigable forcejeo. Con su última novela bajo el brazo, The castle in the forest (recién publicada en Estados Unidos), Mailer ha roto su encierro en la lejana Pronvincetown y ha vuelto temporalmente al fragor de Manhattan, dispuesto a hablar sobre Hitler y Dios, el bien y el mal, y sobre el acecho implacable de eso que llaman posteridad. EL MUNDO ha podido acercarse a Mailer para constatar que sigue agudo y lleno de fuerza, como siempre.

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Pregunta.- ¿Por qué Hitler y por qué ahora?

Respuesta.- La idea me llevaba rondando la cabeza desde hace más o menos 50 años, o incluso antes. Desde que mi madre, que vino huyendo con su familia del antisemitismo en Lituania, advirtió a todo el mundo lo que iba a pasar con Hitler... Digamos que siempre quise escribir esta novela, pero el impulso lo sentí en el momento en que fui consciente de que estaba haciéndome viejo de verdad. «Si quieres escribirla, ya puedes empezar», me dije. Y me lo tomé tan en serio que empecé a estudiar alemán. Duré dos meses: un amigo mío me dijo que es imposible aprender otro idioma después de los 50, y mucho menos a los 80. Tenía razón. He hecho una inmersión profunda en la Historia y en la cultura alemanas, y sobre todo en la biografía de Hitler, para intentar entender cómo pudo ser concebido el monstruo. Tenía decididamente una inspiración diabólica: no me lo puedo explicar de otra manera. Por eso, el narrador es un enviado del diablo que le ve crecer de niño. La novela se iba a llamar en principio La madre de Hitler, e iba a llegar hasta que el niño cumpliera cuatro años. La he extendido hasta los 16, ya sabemos lo que ocurrió después.

P.- The castle in the forets hace la número 36 entre las obras escritas desde que se destapó a los 25 años con Los desnudos y los muertos ¿Es consciente de que puede ser su última novela?

R.- Estoy muy orgulloso de esta novela, y si fuera la última creo estaría muy satisfecho. Pero no es cuestión de ponerse trascendente. Simplemente, estoy contento con ella... Ha habido críticas buenas y críticas malas, como casi siempre. Pero viendo la reacción de la gente y el interés que sigue despertando Hitler a estas alturas, he cogido impulso para seguir escribiendo. Normalmente tardo tres años en escribir una novela y la semana que viene cumplo 84. Conozco gente que estaba muy bien con 85 años y cuya salud se ha deteriorado terriblemente en el camino de los 90... No sé si voy a ser capaz de llegar. De momento, y pese a mis problemas de salud (me fallan las piernas, me estoy volviendo duro de oído), la cabeza me funciona y el pulso aguanta. Prometo volver a intentarlo, voy a hacer un esfuerzo por intentar escribir una última novela.

P.- ¿Qué tiene en mente?

R.- Una idea es trasladar al narrador de esta novela a otro lugar histórico; la otra es indagar en la vida de Heinrich Himmler, que me parece un personaje odioso pero tremendamente interesante. Pero ya digo, si me fallan las fuerzas, me doy por contento con que ésta sea mi última novela.

P.- ¿El éxito temprano fue un estigma o un regalo para su carrera?

R.- Es curioso, porque, cuando el éxito te llega repentinamente a los 25 años, no estás preparado. De pronto tienes que alterar tus hábitos, creas unas expectativas determinadas, sufres cierta presión y puedes caes fácilmente en eso que llaman «una crisis de identidad», que es una cosa que, hasta ese momento, ni siquiera sabías lo que era. Durante mucho tiempo me lo tomé casi como una maldición: ahora vuelvo la vista atrás y pienso que fue una bendición. Al menos, me sirvió para no pasar por el calvario de muchos escritores, que se consumen durante años trabajando en algo que en el fondo detestan hasta que pueden vivir de la literatura. Eso, poco a poco les va erosionando el talento. Es algo por lo que afortunadamente no tuve que pasar.

P.- Los desnudos y los muertos, The castle in the forest... ¿qué otros tres títulos salvaría de la quema?

R.- No me ponga en esa tesitura. Para mí las novelas y los ensayos, todas mis obras, son un poco como hijos. He tenido nueve hijos, no me diga que me lleve a cinco y que deje morir a cuatro. ¿Cómo podría dejar alguno atrás?

P.- ¿Alguno por el que sienta entonces especial predilección?

R.- Pongamos que La canción del verdugo. En su momento pensé que con esa obra había escrito lo más equiparable al talento de Hemingway, pero estaba equivocado. Él escribió frases más simples y mejores que las que yo nunca he podido escribir. Puede que Hemingway no tuviera la mejor cabeza, pero, posiblemente, nadie como él haya tenido un dominio tan proverbial de la frase en inglés desde William Shakespeare... Digo «posiblemente». Dejo abierta la puerta a otras opiniones.

P.- Hay quienes le consideran el mayor novelista americano vivo -un paso por delante de Roth, McCarthy, Pynchon y Updike- y quienes insisten en que usted será más recordado como periodista ¿Usted qué cree?

R.- Yo creo que todos pensamos que somos el mejor novelista de América, pero ésa es una opinión subjetiva. Yo aspiro a ser considerado novelista porque lo considero una forma más compleja y superior.

P.- La realidad y la ficción libran un pulso constante en sus libros, ¿forma parte del juego?

R.- Alguna vez he dicho que la ficción da una mejor noción de la realidad que los ensayos y los textos históricos. Los hechos que nos llegan fueron filtrados, distorsionados, incompletos. Lo que se dan como hechos son mucha veces actitudes. Pocos ensayos quedan como testimonio histórico de una época, y sin embargo, hay novelas como las de Tolstoi o Stendhal que ofrecen un paradigma de la naturaleza humana, van mucho más allá de su propia época y quedan sin embargo como constancia de lo que ocurrió. Pienso que las grandes novelas están más cerca de la existencia que los propios hechos, al menos tal y como nos llegan, filtrados en los libros de Historia.

P.- ¿Qué hay de ficción y qué hay de realidad en su última entrega?

R.- Todos los personajes son reales, salvo un apicultor que aparece y que es la única licencia que me he tomado en el reparto. La idea de que Hitler fue fruto de un incesto no está tal vez suficientemente probada, pero es bastante creíble. El narrador, obviamente, es otra licencia que me he permitido. Que la idea esté contada por esa tercera persona omnisciente, capaz de penetrar en las mentes de todos, como en las grandes narraciones el siglo XIX, me venía estupendamente para mi propósito. Si ese narrador es un enviado del diablo, mejor que mejor. En el fondo, todos los novelistas somos diablos minúsculos...

P.- ¿Cree usted realmente que a Hitler lo concibió el diablo?

R.- Bueno, esa idea forma parte de la provocación. Siempre he buscado irritar, no lo oculto. Pero en esta ocasión, creo que no estoy muy lejos de la realidad... Hitler me parece el mayor veneno contra la civilización y la especia humana que haya producido la Historia. El único que se le puede comparar es Stalin, pero Hitler era sin duda más diabólico. A Stalin se le puede llegar a entender en términos humanos, teniendo en cuenta que tuvo que abrirse paso en un ambiente my cruel y duro. Y que se regía por una ley: si quieres ganar tienes que destruir a tus enemigos. Mató a millones de personas, quizás más de los que mató Hitler, pero no lo hizo directamente en cámaras de gas, les confinó en gulags, les dejó morir de hambre... Hitler fue un asesino por categorías, que es la cosa más peligrosa que puede ocurrir: ejecutar a tus víctimas por juicios o prejuicios, porque son gitanos, o judíos, matarlos en masa con la intención de exterminarlo. Ése es un tipo vanidad y de crueldad que va mucho más allá de lo imaginable en los seres humanos...

P.- ¿Le preocupa la recepción que el libro pueda tener en Alemania, que lo puedan considerar una ofensa o una imperdonable intrusión?

R.- Mi idea inicial era publicar primero el libro en Alemania, contar con que allí me iba a encontrar con un gran éxito y que, justo después, podría salir en Estados Unidos. Pero... El libro se va traducir a 20 idiomas, hemos encontrado editores en casi todo mundo menos en Alemania... Fíjese en mi ingenuidad. A ver si algún alemán me lo explica... Puede haber varias causas: puede que los alemanes quieran volver la vista hacia otra parte, haciendo como si nada hubiera pasado y corriendo una cortina sobre el tema; puede que les pase lo que a los judíos estadounidenses, esa pretensión de ser políticamente correctos, evitar ofender y ser ofendidos a toda costa.

P.- En su última obra de ficción, El evangelio según el hijo, intentó meterse usted en la piel de Jesús. Ahora intenta ahondar en la mente del diablo, o lo que quede de él en nuestra cultura, ¿No es un salto demasiado pretencioso?

R.- Tengo la impresión de que el tema de Jesús me quedó un poco grande. Pero esta vez no he tenido esa sensación. Con Hitler, y desde la perspectiva del diablo, todo ha sido más fácil...

R.- Esta profusión de ángeles y diablos y de la lucha del bien contra el mal tiene muy despistados a quienes le consideraban a usted un intelectual de izquierdas...

R.- Bueno, yo siempre me he considerado más bien un conservador de izquierdas. Conservador es una palabra un tanto engañosa y en cada parte del mundo tiene una acepción distinta. Pero hay elementos válidos tanto a la izquierda como a la derecha, y yo he intentado hacer una síntesis siempre que he podido. ¿Y qué es un conservador de izquierdas? Tal vez tenga un nombre que sirve para explicar lo que soy pero que, en el fondo, no explique nada. Como la palabra socialdemócrata, ¿qué significa realmente?

P.- ¿Cree usted en Dios?

R.- Sí, creo en Dios. No en el dios de los americanos fundamentalistas. Creo que los fundamentalistas son en el fondo agentes de Satán y que el dios que ofrece juicios permanentes y finales sobre todas los cosas no existe. Dios, como yo lo veo, es nuestro creador, que está en guerra con otros poderosos elementos en el universo, alguien o algo, él o ella -no entro en disquisiciones sobre su sexo-, que está luchando por hacerlo lo mejor posible... Una idea que me fascina y que he desarrollado con placer en el libro es que Dios y Satán tienen sus limitaciones. Ellos tienen una economía y ciertos recursos. Sus agentes tienen que tener en cuenta esas limitaciones. De algún modo, operan como los agentes de la CIA. Digamos que los agentes del diablo actúan con una CIA oscura y supernatural [risas].

P.- ¿Hasta dónde llega su fe en la lucha entre el bien y el mal? ¿Dónde acaba la ficción y arranca la realidad?

R.- Admito que cuando hablo de Dios y el Diablo en estos términos, la gente frunce el ceño y mira pensando que estoy loco. Pero insisto en que la idea de Dios y Satán me parecen reales. En la Edad Media, los dos se disputaban el poder supremo. Luego vino la Ilustración para dar el poder a los humanos y desvanecer la idea de que existen fuerzas superiores. Pero yo creo en Dios como una fuerza que actúa en un sentido, y creo también que hay una fuerza que opera en sentido contrario. Hay también una tercera fuerza, la de los seres humanos que detestan la noción de Dios y que piensan que no lo necesitamos, ahora que tenemos la ciencia para explicar ciertas cosas. Pero resulta que la ciencia se puede inclinar también hacia uno u otro lado, y que, de algún modo, es una fuerza que escapa muchas veces a nuestro propio control.

P.- ¿Y cree usted que el diablo se reencarna periódicamente en la Historia?

R.- No me lo tome demasiado en serio, sólo especulo. Nadie tiene el conocimiento ni la confianza necesaria para poder hablar seriamente sobre estos asuntos. ¿Se trasmite el mal de persona en persona? ¿Se reencarna cada tanto tiempo? Son respuestas a las que no puedo responder. Ahora bien, cuando eres novelista y tienes un pensamiento diabólico y lo escribes... Soy un novelista y tomo decisiones novelísticas, siempre y cuando tenga un sentido en el conjunto de la novela.

P.- Y, después de haber sido testigo de los horrores del siglo XX, y visto lo visto en el siglo XXI, ¿qué cabe esperar?

R.- A pesar de las dos guerras mundiales, creo que al final fuimos capaces de evitar nuestra autodestrucción en un guerra atómica, y ese hecho -el final de la Guerra Fría- fue para mí el momento álgido del siglo XX. En el siglo XXI tenemos un dilema parecido, y no hablo del terrorismo o esa guerra ideológica de la que habla Bush. Hablo de la posibilidad de autodestrucción de la especie humana por el deterioro del medio ambiente, y vuelvo al asunto de antes. La ciencia nos ha llevado por esta camino y sólo la ciencia puede salvarnos. Depende del uso que hagamos de ella.

P.- A punto de cumplir los 84 años, ¿le queda algún deseo incumplido?

R.- El de haber sido director de cine. Llegué demasiado tarde al oficio, pero me parece la profesión ideal. Ser director de cine es como ser un general, pero sin derramamiento de sangre. Pero por otra parte no me puedo quejar: la verdad es que mi vida ha sido tan azarosa como la de un director de cine. Me casé seis veces...

P.- Su mujer, Norris Church, está también a punto de publicar...

R.- Sí, ella fue modelo en los años 70 y es un espléndida escritora. La novela se va titular Cheap diamond, y va sobre el mundo de las modelos en Nueva York en los años 70. Compartir la vida con un escritor no es fácil. Tenemos que ser pacientes el uno con el otro. Ella es mucho más joven que yo, y le pido que, por favor, no se compare conmigo. Ahora bien, si vende más que yo tendremos algunos problemas...


«El vicio más acusado de EEUU es su arrogancia»

Pregunta.- Usted fue testigo de excepción en la época del Imperio del mal. ¿Qué le parece ahora la idea del Eje del mal?

Respuesta.- El comunismo quedó atrás hace unos cuantos años, dejémoslo reposar. Sobre el Eje del mal sí quiero pronunciarme... Afrontemos los hechos: Bush es el presidente más ignorante que Estados Unidos ha tenido nunca.

Ocasionalmente, la gente que le ayuda le forja frases que él repite y que tienen mayor o menor éxito. Cuando él escuchó lo de el Eje del mal, le encantó la idea. Bush sabe que la mitad de América es tan estúpida como él, y a esa mitad a la que se dirige. Para esa mitad se concibió la frase de los ejes del mal, que es una descripción disparatada de la situación... Estoy seguro de que Irán es un país preocupante, pero también es un país interesante en muchos sentidos. Ponerle a todo un pueblo la etiqueta de malvado es una acusación ridícula.

P.- Muchos compatriotas suyos piensan que el mal se ha encarnado precisamente en George W. Bush...

R.- Bush no es Hitler, ni siquiera creo que sea perverso, en todo caso un poco malvado y muy ignorante: hay muchas cosas que desconoce, sobre las que en realidad sabe muy poco.

P.- ¿La guerra de Irak acabará como la de Vietnam?

R.- No lo sé ¿Cuánta gente ha muerto ya? Dicen que la cifra más creíble está entre 20.000 y 60.000 iraquíes, más los más de 3.000 soldados muertos. ¿Y qué hemos conseguido allí para derrotar el terrorismo? Meternos en Irak fue pura ficción, una locura: querer inyectar la democracia en vena a la gente se ha estado odiando durante más de 1.000 años, deseando destrozarse... ¿Quién podía ser tan ingenuo como para pensar que la democracia iba brotar allí de un día para otro? La democracia es un don, es la flor, es la conquista de un país y de una sociedad. Un país llega a la democracia por evolución natural: no es algo que se pueda imponer a punta de pistola. La democracia es como el amor: puede crecer o desaparecer. Pero tiene que tener una base... Cada país tiene sus vicios y virtudes, pero uno de los vicios más acusados de Estados Unidos es su arrogancia. Tenemos esa actitud de que 'lo que se puede hacer deber hacerse', sin respetar la voluntad de los demás ni las consecuencias de nuestros actos. Con esa actitud se lanzó esta guerra: '¡Vamos a darles a los jodidos iraquíes la democracia!'.

P.- ¿Qué se debería haber hecho tras los atentados del 11-S?

R.- Lo primero: tendríamos que haber puesto patas arriba los servicios de inteligencia para que un error así no vuelva a ocurrir jamás. Y luego, reducir drásticamente la operatividad de los terroristas, erradicarlos en la manera posible allá donde están o estaban.

La operación de Afganistán tuvo en parte ese objetivo y la puedo justificar ¿Pero todo lo demás? Hacer creer a la gente que un puñado de terroristas pueden tomar Estados Unidos es una tremenda ridiculez...

Los terroristas son muy pocos comparados con una nación tan inmensa como ésta. Pienso que si cogieras a los 10 terroristas más buscados, los metieras en un furgoneta y les pusieras a atravesar Estados Unidos de costa a costa, acabarían arrojando la toalla por el camino, no llegarían al final. La única manera de permitir que los terrorista tomen el país es haciendo lo que Bush ha hecho: aterrorizar a la gente, hacernos a todos unos cobardes, hacernos creer que estamos ante un peligro terrible, que vamos a abrir una puerta y vamos a saltar por los aires.

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