JAVIER VILLAN
'La cabra'
Autor: Edward Albee. / Dirección y traducción: José María Pou. / Intérpretes, José María Pou, Mercè Arànega, Alex García y Juanma Lara. / Escenario: Bellas Artes (Madrid).
Calificación: ***
MADRID.- En las arcaicas costumbres de cierta mitología campestre, las posibilidades amatorias de los animales no eran infrecuentes. Mucho más las cabras, cuya arrogante belleza salvaje y capacidad de liderazgo les proporcionaba una aureola especial. Conocida es la vieja fábula del ventrílocuo que llega a una aldea, finge diálogos con las bestias y un pastor, alarmado, le recomienda que no hable con la cabra porque la cabra es una mentirosa redomada. Más moderna es una pegadiza cancioncilla: La cabra, la cabra, la puta de la cabra, la madre que la parió / yo tenía una cabra que se llamaba Asunción.
Utilizo este lenguaje, un poco abrupto, en consonancia con el de La cabra o ¿quién es Silvia?, en la que palabras como follacabras se usan con reiterada malignidad denigratoria. O sea, que el dicho «la cabra tira al monte» viene de lejos; pertenece a la afición de las cabras por los riscos y, sobre todo, a sus disipadas costumbres, que algunos rústicos aprovechaban para remediar sus urgencias sexuales, más por carencia que por inclinación natural. Albee ha ascendido este bestialismo lúdico desde una oscura paganidad silvestre a categoría lírica e intelectual.
Sorprende, en verdad, que Martín (José María Pou), un arquitecto de intachable moralidad y posición social, se lo monte con una cabra. Como Albee es un autor inteligente, hemos de tomar esta peripecia como una metáfora del subsuelo sentimental de los humanos, como una analogía de la diferencia y de la libertad sexual. Con todo, y con permiso de Albee, yo creo que no tienen el mismo rango de derecho liberatorio y de naturalidad la homosexualidad y el bestialismo; por más que la encolerizada Stevie (Mercè Arànega) le diga al marido que, en su depravación, tanto le da «coño de cabra que coño de mujer».
El talento de Edward Albee y el talento de la interpretación conviertne una aventura de establo y corral en una tragedia del amor y la sexualidad. Una tragedia de ritmo ascendente y cruel que empieza como comedia hilarante y acaba como acaba: desolación absoluta con tintes sacrificiales de Sófocles o de Esquilo. En la dialéctica caníbal de los personajes, La cabra recuerda bastante la cruelda abrasiva de ¿Quién teme a Viriginia Woolf? del mismo autor. A Pou, factotum de este intenso espectáculo, le dieron el Premio Nacional de Teatro. Supongo que algo ha tenido que ver en ello no sólo su gran interpretación sino la de todos los demás. Sobre todo, la soberbia labor de Mercè Arànega, reina y señora de cada momento que permanece en escena. Esto le obliga a Pou a redefinir constantemente su papel, a veces en clave de comedia y otras en clave de drama, y a justificarse como director en su primera incursión como tal.
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