Quien vio de cerca una cámara de gas durante la II Guerra Mundial o está muerto o es un antiguo nazi. O bien fue un Sonderkommando.
Ése es el caso de Shlomo Venezia, el último Sonderkommando que queda con vida, según el historiador italiano Marcello Pezzetti, uno de los mayores estudiosos del Holocausto.
Los Sonderkommandos o comandos especiales fueron los prisioneros judíos de los campos de concentración nazis seleccionados para trabajar en las cámaras de gas y en los crematorios. No se les permitía relacionarse con los demás presos y eran reclutados bajo el reclamo de «¿a quién le gustaría recibir doble ración de sopa?».
Shlomo Venezia, 83 años, mirada serena y dulce hablar judeoespañol, contempló desde la primera fila el horror en su máxima expresión, porque no sólo tuvo que trabajar de Sonderkommando cuando el Tercer Reich aplicaba sin piedad la Solución Final, sino que además le tocó en el mayor campo de concentración: Auschwitz-Birkenau.
«Pisé la Judenrampe con 20 años, en 1944», cuenta el anciano, recordando la rampa en la que los judíos deportados de toda Europa, y que habían viajado hacinados durante días en vagones, eran separados por sexo y seleccionados para la vida (el campo de concentración) o la muerte (la cámara de gas, a la que estaba sentenciado el 80% de ellos).
«Recuerdo también la última vez que vi a mi madre. La intentaba ayudar a bajar del vagón. Estaba derrotada. Nos habían trasladado a Auschwitz [Polonia] desde Salónica [Grecia]. Un viaje de 11 días. Entonces, un soldado nazi me golpeó en la nuca una, dos veces, y a la tercera lo evité, pero, cuando me volví, ya no estaba mi madre».
Shlomo Venezia toma aire. Más de seis décadas después, la evocación le duele. Pero ha viajado hasta España para conmemorar mañana, con otros supervivientes, el Día Internacional en memoria de las víctimas del Holocausto, y sabía que tendría que hablar de ello una y otra vez. España, de donde fueron expulsados sus antepasados, y de donde le ha quedado el «tesoro» de expresarse en judeoespañol.
«También perdí de vista a mis hermanas, mientras que mi hermano y mis sobrinos fueron conducidos, como yo, a trabajar en las cámaras de gas y en los crematorios», explica. «A mí me dieron unas tijeras. A un sobrino mío, unas pinzas. Ya sabéis...», cae en silencio, mientras la explicación queda patente en el aire: él cortaría los cabellos a las mujeres muertas en las cámaras de gas y su sobrino extraería las piezas dentales de oro de los cadáveres.
Zyclon B
El relato de Venezia es estremecedor (la montaña de cuerpos desnudos cuando se abrían las puertas de las cámaras de gas, después de que el Zyclon B hubiera ejercido su efecto letal) y único: pocos han podido contar con tanto detalle cómo los nazis llevaban a cabo su exterminio.
Venezia tiene también otro momento histórico que relatar: la sublevación de los Sonderkommandos en Birkenau. «Cuando yo llegué, ya se estaba preparando. Un día, los nazis descubrieron el complot y fueron a matar a los cabecillas, quienes tenían cócteles molotov. Mataron a tres alemanes. Poco más. La tentativa quedó en revuelta».
La última gran aventura de Venezia llegaría con su liberación, pasando antes (curiosa y afortunadamente para él) por la marcha de la muerte.
«Un día, los nazis nos encerraron a todos los Sonderkommandos y me enteré de que estaban evacuando el campo. Conseguí escapar con mi hermano, para unirnos al desalojo. Recorrimos los tres kilómetros que separan Birkenau de Auschwitz y nos mezclamos con los demás prisioneros. Los nazis no paraban de preguntar: '¿Alguno de vosotros ha trabajado como Sonderkommando?'. Nosotros callamos. Querían matarnos. Habíamos visto demasiadas cosas y el Ejército Rojo se aproximaba», señala el superviviente judío, que sufrió una marcha de la muerte de 10 días, hasta que llegaron a Mauthausen (Austria), donde cambió de nombre y recibió con los brazos abiertos, el 5 de mayo de 1945, a la 11º División Acorazada del Ejército de Estados Unidos.
Shlomo Venezia no quiso saber nada más de Auschwitz-Birkenau. Hasta 1992, cuando le ofrecieron visitar el campo de concentración, junto a un grupo de estudiantes de Italia, país donde reside, y explicar sus vivencias. Desde entonces, lo ha vuelto a pisar en 45 ocasiones. Y es que demasiadas veces un marcado pasado es difícil de olvidar. Y más si lo tienes tatuado en el brazo: 182.727.