Dice que hasta los pandilleros más duros le hacen caso «por mujer y por vieja». Por eso, le dejan inmiscuirse en sus trifulcas callejeras diarias, sus odios raciales entre clanes y sus peleas a muerte por ver quién llega a la cúpula del poder. Esas dos cualidades hacen que sólo ella, Nelsa Curbelo, especialista en Derechos Humanos y pandillas juveniles, tenga línea directa con los Latin Kings y los Ñetas más temidos de Guayaquil.
En esta localidad costera, considerada como una de las más peligrosas de Ecuador, la policía ha contabilizado más de 40.000 pandilleros desperdigados entre 750 agrupaciones diferentes. Las cifras se duplican cuando se pasa revista a los integrantes de las bandas de todo el país, que cuentan con miembros de apenas ocho años hasta 30.
Allí, Curbelo, de 65 años, dirige la ONG Ser Paz, dedicada casi en exclusiva a apartar a estos chicos de la delincuencia a través de programas de reinserción social.
«Hay que dejar claro que no todos los pandilleros son delincuentes, aunque es cierto que pueden caer mucho más fácilmente», explica esta uruguaya nacionalizada ecuatoriana a la que llaman la jefa, por aquello de sus buenas dotes de mando. Y ella, encantada.
«Soy una conflictóloga, hago lo que me gusta y pregunto lo que no entiendo, porque una cosa es pedir permiso y otra obedecer a todo», añade Nelsa Curbelo, quien con apenas 20 años se hizo monja, pese al marcado ateísmo de su padre, militante del Partido Comunista uruguayo.
«Mi padre era de los que tocaban madera cada vez que veía una monja. Recuerdo que, de niña, nos hacía subir a una colina a mi hermana gemela y a mí para ver los techos de las iglesias y nos decía: 'Los curas aseguran que son pobres y miren todas las iglesias que tienen'».
Para criticar con razón, a Curbelo no se le ocurrió otra cosa que bautizarse y leer la Biblia. Después, decidió tomar rumbo a Europa, a Francia, con la congregación de las Hermanas del Sagrado Corazón. «Llegué el día de Navidad, después de 22 días de viaje en barco desde Montevideo, pasar mil avatares y recibir hasta una proposición de matrimonio», relata divertida.
Allí pasó una década y estudió Teología y Magisterio, mientras trabajaba en una fábrica de sostenes y demás ropa interior. «Era chistoso, porque yo vestía de monja y las obreras me miraban cómo si fuera una infiltrada de los jefes», comenta con su aún perceptible acento uruguayo.
A su regreso a América Latina, desembarcó en Ecuador para trabajar con las comunidades indígenas de los Andes.
Su siguiente parada fue Guayaquil, en el año 2000, de la mano del Premio Nobel de la Paz argentino, Adolfo Pérez Esquivel, que la reclutó para formar parte de su fundación Paz y Justicia.
Los frutos de su trabajo se vislumbraron hace apenas unos meses, cuando logró que los Latin Kings y los Ñetas firmaran la paz, después de años de batallas y centenares de muertos, en un acto al que acudió la policía y el alcalde de Guayaquil, Jaime Nebot.
Curbelo hizo de intermediaria durante largos meses de negociación, ya que los muchachos sólo se fiaban de ella.
«Nada de chapas [policías] o politiqueros», gritaban como lema, al tiempo que exigían amnistía para los miembros encarcelados como primera condición para el desarme. Incluso hubo varios intentos fallidos para las negociaciones, tras la detención del líder de los Ñetas, que se había comprometido al principio al diálogo y luego se echó atrás.
En la firma de la paz, los pandilleros entregaron más de 1.000 armas, entre revólveres de fabricación propia, ametralladoras, cartucheras recortadas, escopetas e incluso bombas. Todas las armas fueron destruidas por una apisonadora, ya que el objetivo es levantar un monumento a la paz con ese material en la mitad de la ciudad.
No es raro que los jóvenes contaran con ese tremendo arsenal, ya que se calcula que el 40% de ellos camina armado desde los 12 años. Es sencillo hacerlo en Guayaquil, donde se puede adquirir una pistola de segunda mano por menos de 20 dólares (15 euros). O incluso alquilarla por días por algo menos de la mitad.
Con este telón de fondo lleva lidiando Curbelo desde hace más de seis años, lo que le valió una nominación para el Premio Nobel de la Paz, avalada por su participación en los procesos de pacificación entre las guerrillas y los militares de Nicaragua, Guatemala y Colombia durante los años 90.
Volviendo a sus niños, sentencia que sólo les pone dos reglas: puntualidad y nada de drogas. Bajo esas leyes, intenta integrarlos en la sociedad promoviendo la creación de microempresas en las que puedan trabajar (imprentas, pizzerías, estudios de grabación...) y que funcionan gracias a la ayuda económica de la Alcaldía de Guayaquil, que les concede préstamos.
La uruguaya también ha dado a luz un Circo de los Muchachos, donde los pandilleros exponen sus graffiti e interpretan obras de teatro. Para este proyecto, tiene el apoyo de la Escuela de Payasos de Barcelona y está en negociaciones con el Cirque du Soleil francés.
La creación de los llamados Barrios de Paz es la iniciativa de la que Curbelo se siente más orgullosa. Se trata de brigadas integradas por ex pandilleros, que se transforman en guardias de seguridad de las zonas donde antes se dedicaban a matarse, según confirma la también profesora de las cátedras de Resolución de conflictos y Realidad nacional e internacional y de paz en la Universidad Santa María de Guayaquil. «Hemos avanzado, pero aún queda mucho por hacer», concluye esperanzada.
LO DICHO Y HECHO
«Sólo les pongo dos reglas a los muchachos: puntualidad y nada de drogas»
1941: Nace en Montevideo (Uruguay), en el seno de una familia pobre y atea. 1962: Tras hacerse monja, viaja a Francia para trabajar con la congregación del Sagrado Corazón. Estudia Teología y Magisterio. 1970: Recala en Ecuador, donde trabaja con los indígenas de los Andes. 1990: Participa en los procesos de paz de Nicaragua, Guatemala y Colombia. 2000: Llega a Guayaquil para trabajar con pandilleros. 2006: Consigue que los Latin Kings y los Ñetas firmen la paz tras varios años de conflictos.