Sábado, 27 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6250.
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DICAPRIO EN ESPAÑA / La estrella estadounidense promociona en Madrid 'Diamante de sangre', película por la que está nominado al Oscar al Mejor Actor / Su tardía llegada provocó un gran revuelo y un plante de fotógrafos
«Siempre quise ser actor, es como si me hubiera tocado la lotería. Me doy asco»
BORJA HERMOSO

MADRID. - No está científicamente demostrado que el nombre y el apellido de un actor o actriz influyan decisivamente en la Academia de los Oscar a la hora de designar sus predilecciones. Pero cuando uno ve la película Diamante de sangre se hace preguntas. Preguntas sobre si, por ejemplo, influye ser blanco o negro, ser una megaestrella o sólo un muy buen actor, llamarse Leonardo DiCaprio o Djimon Hounsou, cuando toca presentar credenciales ante los que mandan en Hollywood. Viendo Diamante de sangre uno llega a la conclusión de que sí, de que todo eso influye.

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Y así, DiCaprio, coprotagonista correcto de la película del estadounidense Edward Zwick sobre el tráfico de diamantes y los niños de la guerra en Sierra Leona, fue nominado el pasado martes como candidato dentro de la categoría de Mejor actor principal. Y Djimon Hounsou, actor africano nacido en Benín, también coprotagonista pero autor de una interpretación colosal, fue nominado... como Mejor actor secundario.

Será que todo es cuestión de gustos, y que el gusto de los académicos de Hollywood es el que manda. O a lo mejor hay que concluir que eso de secundarios y principales se decide en función no ya de las prestaciones concretas, sino de los galones ya adquiridos. Y DiCaprio los tiene. Uno de los actores que más galones tiene en Hollywood.

El caso es que la multimillonaria estrella californiana de los ojos claros, protagonista de películas como Infiltrados, El aviador, Gangs de Nueva York o Titanic y sabrosa carne de paparazzi gracias a sus efervescencias nocturnas, pasó ayer por Madrid para hablar de Diamante de sangre. También vino Djimon Hounsou (por cierto, el apolíneo coloso de Gladiator dejó tras de sí tantos o más mareos femeninos que el anhelado DiCaprio), y también lo hizo el propio Edward Zwick.

Es un buen actor, Leonardo DiCaprio. También lo es Brad Pitt. Y ambos son guapos, cabe decir que mucho. Y, por increíble que parezca, da la sensación de que los dos comparten cierto lastre a la hora de luchar contra su propio físico para que el público valore únicamente su faceta interpretativa. Aunque el actor quiso dejar claro ayer lo siguiente: «Para ser honesto, eso no es algo en lo que piense mucho, y desde luego, jamás acepto un papel como reacción a la imagen que la gente pueda tener de mí. Tratar de manipular al público para que piense que eres tal o cuál tipo de actor o para combatir tu imagen es un juego muy peligroso».

Sí confesó el mercenario Danny Archer de Diamante de sangre que tiene cada vez más claras sus prioridades de elección, y que esas prioridades apuntan a una progresiva complejidad: «Estoy abierto a todo tipo de géneros y de personajes, todo depende del carácter que encierre el guión que me ofrecen... pero es verdad, creo que, de manera inconsciente, poco a poco estoy moviéndome hacia un territorio más dramático. Me interesan personajes con los que pueda investigar, personajes que tengan una dimensión conflictiva y que me hagan pensar», explicó.

Ante todo, DiCaprio quiso dejar clara su infinita satisfacción vital por el hecho de ser actor: «Siempre quise ser actor, desde pequeño, y estoy muy agradecido por haberlo conseguido, no es algo que me tome a la ligera. Es como si me hubiera tocado la lotería, porque me dedico a lo que de verdad me gusta... la verdad es que me doy un poco de asco».

El hijo putativo de Martin Scorsese puso cierta cara de hastío cuando fue preguntado por el director de Toro salvaje y cuando se le inquirió sobre posibles paralelismos con De Niro como retoños artísticos del gran realizador.

Pero luego sonrió y emitió con esa voz semiatiplada que le caracteriza este homenaje: «Martin Scorsese es mi mentor, y me ha enseñado mucho sobre el compromiso que uno tiene que aportar a la hora de hacer una película, sobre la ética del trabajo, sobre la pasión y sobre la importancia de la Historia del cine; es alguien que se esfuerza en explicarte quiénes fueron de verdad los grandes maestros, y en demostrarte que el cine es, ante todo, un arte. La verdad es que yo me siento bendecido por poder trabajar con él».

En cuanto a su aventura sudafricana en Diamante de sangre, cuya preparación le resultó «durísima», el actor estadounidense relató: «Fueron meses y meses de entrenamiento casi militar, físicamente muy duro. Me fui de exploración a la jungla en compañía de ex mercenarios que había conocido y que me enseñaron el oficio, el manejo de armas, los secretos para rastrear y moverse entre la maleza y las técnicas de supervivencia en tiempo de guerra».

Diversión y mensaje

Su visión personal de una película como esta se refiere a la posibilidad de que, además de divertirse, el público pueda pensar sobre algunas de las cosas malas que pasan en el mundo, como el tráfico de diamantes y de armas y la conversión de niños en criminales de guerra, los dos temas que subyacen en la trama de la película de Zwick.

«Hollywood siempre está buscando historias humanas para sus películas», explicó el actor estadounidense, «y Africa es un lugar de grandes tragedias, un lugar políticamente muy complicado en el que a menudo no hay ni lo mínimo para subsistir, y la verdad es que con los años la cosa no ha cambiado. Pero la verdad es que me encantaría que Hollywood hiciera más películas de contenido social, películas que, además de entretener, digan algo, tengan un mensaje, cosa poco habitual».


Plante, sainete, astracanada

Primero salió una señora rubia y nerviosísima (era de la organización, o sea, de la Warner) medio gimoteando y diciendo cosas ininteligibles, aunque entre ellas pareció que decía algo de que el avión que traía a Leonardo DiCaprio desde Roma venía con retraso, pero que al cuarto de hora la estrella estaría ahí. Luego pasaron tres cuartos de hora más. Luego, cuando la estrella, el actor Djimon Hounsou y el director Edward Zwick se colocaron para posar ante los fotógrafos, éstos, que llevaban hora y media de espera entre codazos, sudores y cabreos, dejaron las cámaras en el suelo, y empezaron a abuchear, primero, y a aplaudir, después, a los 'talents' que venían con el 'jet lag' incorporado para participar en varias 'round tables' según el 'schedule' impuesto por los mandamases de la 'major' Warner (al parecer, y viendo los comunicados de prensa enviados a las redacciones de los medios por la multinacional estadounidense, ahora hay que hablar así en el mundo del cine, igual da que se esté en Los Angeles que en Brazatortas).

Luego vino lo peor. La rueda de prensa. Que tuvo lugar porque los juntaletras somos muchos menos decididos que los foteros y nadie se movió, aunque estaba claro que, visto lo visto, todo el mundo tenía que haberse eclipsado de allí. Una nena con voz de pito que dijo ser del programa de Nieves Herrero le dijo a DiCaprio que le quería regalar un corazón de peluche rojo. Luego un reportero de Caiga quien caiga tuvo su momento de gloria, aunque la pregunta que lanzó fue de lo más interesante de la tarde (sobre las dosis de cinismo necesarias para hacer una película sobre tráfico de diamantes en un país como EEUU). Luego un director de cortos le dijo a Leonardo DiCaprio que quería regalarle sus cortos, y luego saltó la cinta de seguridad y fue parado en seco por los seguratas. Cada vez que viene a Madrid una estrella del cine, la cosa adquiere un inconfundible aroma de sainete, de astracanada prescindible y vergonzosa. En medio de tales mejunjes, lo que digan las estrellas acaba siendo baladí. La vergüenza ajena que se pasa no permite oírles.

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