RUBÉN AMON. Corresponsal
PARIS.-
«¿Qué puedo hacer por ti?». La pregunta introdujo la conversación que Michel Platini (1955, Joeuf) mantuvo en el Elíseo con el presidente Jacques Chirac para anunciarle su candidatura a la presidencia de la UEFA. No estaban en juego solamente las ambiciones personales del capitán bleu ni los estrechos vínculos personales de ambos. También intervenían el prestigio internacional de Francia y las pretensiones políticas que implicaban recuperar una cuota de poder en la jerarquía planetaria. Mucho más, después de haberse perdido la candidatura olímpica a manos de Londres y de haberse valorado la dimensión mediática y pecuniaria de la Champions.
Platini (mejor futbolista europeo en 1983, 84 y 85, ex jugador de Nancy, St. Etienne y Juventus) era un aspirante de Estado. Es decir, que los méritos personales del astro juventino, la decrepitud de Johansson y las goteras del modelo feudal han tenido tanta influencia como la actividad diplomática de París. De hecho, Francia se ha movido con eficacia en las federaciones de los países más modestos porque su voto valía tanto como el de Inglaterra y porque a ellos les concernía la idea de un modelo europeo más solidario. No ha sido un acuerdo desinteresado. Tampoco sabemos qué otros compromisos políticos conlleva la maniobra francesa en el horizonte del Este, pero la euforia nacional demuestra que gracias a este histórico futbolista, los franceses han logrado notoriedad e influencia. Más o menos como la que obtuvo Trichet al frente del Banco Central Europeo o la de Giscard al ser nombrado redactor en jefe de la fallida Constitución Europea.
Nadie mejor que Platini podía representar la candidatura francesa. Tanto por la memoria creativa de su fútbol como por su recorrido enciclopédico en el escalafón. Ha sido Balón de Oro, estrella internacional, campeón de Europa, seleccionador francés, organizador de un Mundial y capo federativo. No era sencillo sobreponerse a la fama de futbolista iletrado, ni bregar con los prebostes de la nomenclatura, pero Michel Platini ha tenido el mérito de conquistar el cetro de la UEFA sin recetas traumáticas ni revoluciones. Ahora que tiene las llaves puede llevarlas a cabo, pero antes de la proclamación en Düsseldorf era mucho más conveniente apropiarse del lema que Nicolas Sarkozy había utilizado en su campaña presidencial para ahuyentar los riesgos del furor jacobino: la ruptura tranquila.
Michel Platini ha aprendido a hablar inglés, se ha comprometido a vivir en Suiza (Johansson no lo hacía) y ha destronado el absolutismo. Quizá porque es francés y un republicano. O quizá porque ha querido quitarle el cero a su vieja camiseta de capitán. Ahora le corresponde el número uno.
|