Eugenia Rico
El otro jueves, es decir, casi ayer mismo me pasé la mañana en Alcorcón. Estuve con jóvenes de allí y de aquí. Jóvenes que trabajan de día en el supermercado y por la noche tocan música funky. Gente buena y trabajadora, más preocupada por el precio de los pisos que por la nacionalidad del vecino. De hecho en ese grupo de funky del que hablo tocaba un compañero ecuatoriano. Los jóvenes de Alcorcón no son más racistas que usted y que yo. Pero opinan que es fácil pontificar desde un magnifico ático con guardias de seguridad en el centro. No se ve igual la inmigración cuando vas en Metro que cuando juegas al golf. No es lo mismo que te recojan las pelotas que te las toquen. Es fácil ser tolerante cuando a los inmigrantes les ves sólo en la tele aunque sea bajándose de una patera.
A los jóvenes de Alcorcón no les han dado problemas los inmigrantes llegados en patera, sino algunos individuos que entraron con visado de turista por Barajas. No tienen problemas con la inmigración, tienen problemas con la delincuencia. Conozco jóvenes que pasan su fin de semana dando clase de lengua española a inmigrantes rumanos. Eso sí es ayudar a la integración. No tienen nada contra Germán el boliviano que trabaja en la panadería, un buen tío de verdad. Pero no creen justo que si te apuñala un español se hable de delincuencia y si te apuñala alguien del otro lado del charco de racismo. No hay racismo en Alcorcón ni en la sociedad española. Los jeques árabes no tienen problemas de racismo en Marbella. Hay un problema social que pasa por dar oportunidades a los jóvenes de todas las nacionalidades para que encuentren algo mejor que hacer los sábados que perder su vida en absurdas peleas por una botella.
Los jóvenes de Alcorcón se quejan de los intelectuales que hablan de racismo y ven a los inmigrantes desde su privilegiado catalejo, lejos, lejos. Ellos trabajan codo a codo cada día con muchos de ellos. Y no tienen problemas con esos compañeros de trabajo, los problemas son con los que no trabajan. Aquí son todos bienvenidos, menos los que vienen a robarte el móvil o a controlar la calle con una pandilla. Hace tiempo que erradicamos las bandas de nuestra ciudad, no podemos tolerar que vuelvan ahora. Y no podemos cerrar los ojos como el avestruz.
La juventud de Alcorcón trabaja y tolera pero, si no les escuchamos hoy, gritarán mañana. Algo está podrido en un mundo en el que los jóvenes están condenados a ser rebeldes sin causa, y no va a arreglarse con las porras pero tampoco con buenas palabras. A la juventud buena y trabajadora de Alcorcón le ha tocado ser famosa por algo que se cuece en muchos barrios de Madrid. Alcorcón no es el Bronx y no debemos permitir que pueda llegar a serlo.
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