Sábado, 27 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6250.
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Lamentable campaña
BERNARD-HENRI LÉVY

El lanzamiento a la arena electoral de Ségolène Royal, con cohetes incluidos, fue saludado, como se merecía, por la mayoría de los que, como yo, hubiesen preferido a Dominique Strauss-Kahn. Después, vino la entrada en liza de Nicolas Sarkozy, con su ya famoso discurso de investidura, del que todos, tanto en la izquierda como en la derecha, reconocieron su garra y su ambición.

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Y ahora, ¿qué? Contra Ségolène, juicios de intenciones tan bestias como malvados: ¡Para qué tanta energía consagrada a comentar el asunto de la «bravitud», confundiéndola con «bravura»!

Contra Sarkozy, ataques ad hominem de una violencia inédita: ¡Ese increíble Informe Besson, por ejemplo! ¡El hecho sin precedentes de confeccionar un informe completo destinado a demoler, no el programa, sino la persona del adversario! A Ségolène la acaban de atormentar con cuestiones de patrimonio, que se han revelado, una vez que fueron investigadas por las harpías de la transparencia, como insignificantes. ¡Ah, los misterios del Ministerio del Interior y el inagotable filón de este tema del dinero oculto!

A Sarkozy, le llaman ya «caniche de Bush» o «conservador americano con pasaporte francés» o, lo que es lo mismo, «candidato extranjero». En una retórica que parecía reservada al Frente Nacional, fustigando a los «franceses de anteayer», pero que sale de los labios de franceses y de francesas de izquierdas.

El Frente Nacional precisamente. Nuestro buen Frente Nacional que, a río revuelto, no oculta sus ganancias. Le Pen invitado en todas partes, constante y respetuosamente interrogado, nunca se habría imaginado tal fiesta en su honor y ya ni necesita hacer campaña electoral, dado que la campaña de los demás hace, y en profundidad, su trabajo.

¡Qué lejos quedan los tiempos en los que se daba por sentado que el viejo jefe fascista no era un político como los demás!

¡Qué pasada de moda parece la preocupación por una «lepenización de los espíritus», que pasaba, justamente, por ser un asunto muy personal de cada cual! Hoy ya no hay nadie para escuchar lo que dice Le Pen, porque, por arte de una magia cuya irresponsabilidad me deja atónito, es Sarko quien detenta oficialmente el papel de facha.

Es la guerra, al estilo de la extrema derecha, de las oficinas y de los golpes bajos. La fabricación por doquier de pequeñas frases, de palabras que matan, de calumnias y de su droga dura. Los rumores que se convierten en acontecimientos. La nueva fuerza de internet, de sus vídeos piratas, de sus cuervos de la web que, desgraciadamente, no son nada virtuales. Esos sitios cuyos nombres hacen soñar: «Nomegustanlosricos» o «Pequeñasfrases.com». Populismo versión cutre.

La elección republicana por excelencia adopta un aire de Star Academy, con el telón de fondo de un sondeo permanente. ¿Cuándo se ha visto, en Francia, a una pareja espiada, vigilada, desnudada en su vida más íntima, como lo fueron Nicolas y Cecilia Sarkozy?

Y, encima, el portavoz de la candidata. El portavoz de la candidata que se mete en el juego y, como Arnaud Montebourde, insiste en el sexismo y el machismo que son, desde el comienzo, el veneno con el que se amenaza a Ségolène. ¿No es un signo evidente de que el sistema, todo el sistema, se ha vuelto loco?

Claro que ya habíamos visto eso. Pero en otras partes. En Estados Unidos que, dicho sea de paso, parece a punto de volver al buen camino. Mientras que nosotros. ¿Trataremos, salvadas todas las distancias, a la pareja Hollande-Royal como trataron, allá, a la pareja Clinton?

¿Hay que ver un guiño de la Historia en el hecho de que Hillary se lance a la batalla electoral, en el mismo momento en el que la campaña de su discípula encalla en las vías que ella ya exploró y, sin duda, superó?

Lo que está claro es que nosotros vamos a celebrar nuestra primera elección americana, en el sentido antiguo y trivial de la palabra. Y por vez primera en una cita electoral francesa las ideas cuentan menos que la cara o la imagen que cada cual tiene o se fabrica.

Por ejemplo, fíjense en el tema de la fiscalidad. Y verán como, obsesionados por los agujeros del programa común Hollande-Royal, los comentaristas dejan de lado el único hecho que realmente cuenta: es la primera vez que, tanto en la derecha como en la izquierda, todo el mundo está de acuerdo en considerar los impuestos como una especie de castigo cuya suavización sería la única función de la acción política. Es la primera vez que el papel eventualmente ciudadano, redistribuidor e igualitario de la fiscalidad queda tan alegre y unánimemente olvidado.

Todo por el ego. Campeones del yo. Candidatos ocupados en darnos una cierta idea, no de Francia, sino de su imagen. Sé que una campaña presidencial es siempre algo así como un cuerpo a cuerpo. ¡Pero, por favor! ¡No hasta el punto de que la misma idea del bien común y de la deliberación democrática ceda ante las exigencias del show! Para los que creen en la política y la aman, esta situación no puede durar mucho tiempo, sin convertirse en algo desesperante y vomitivo.

Bernard-Henri Lévy es filósofo y autor de

El siglo de Sartre.

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