ISABEL SAN SEBASTIAN
Produce náuseas el espectáculo del consejero de Justicia del Gobierno vasco, Joseba Azkárraga, el coordinador general de IU, Gaspar Llamazares, o los portavoces habituales de ERC, el PNV y el Partido Socialista de Euskadi rasgándose las vestiduras por la suerte del asesino en serie Iñaki de Juana Chaos. Atenta contra la conciencia ese coro de voces escandalizadas ante el peligro de que el etarra consiga su propósito de suicidarse, obstinándose en no comer. Repugna a la razón el argumentario de quienes reprochan a la Audiencia Nacional su negativa a ceder al chantaje puro y duro de un criminal condenado. Revuelve las tripas la tergiversación de la realidad que promueve el mundo nacionalista presuntamente democrático (ése en quien tanto confía Zapatero) por el procedimiento de llamar «opiniones» a lo que son amenazas y presentar al verdugo de 25 inocentes como la víctima inocente de una justicia implacable, vengativa y politizada.
¿Por qué tanta preocupación por este sujeto cuando durante años, durante décadas en realidad, ninguno de ellos mosotró el menor interés por el destino de aquellos a quienes De Juana Chaos y sus compinches dejaban huérfanos, viudas o desamparados en su vejez? ¿Por qué no destinaron entonces ni un minuto de su tiempo, ni una peseta de su presupuesto a paliar el hambre involuntaria y sobrevenida de los hijos y las esposas de esos policías y guardias civiles muertos en atentado, que legaban a sus deudos un dolor incurable en el alma y una pensión de miseria? ¿Por qué hubieron de esperar las víctimas hasta el año 1999 y la llegada al Gobierno del Partido Popular para que el Estado se hiciera cargo de las indemnizaciones que las bestias como De Juana Chaos jamás han querido pagar? ¿Por qué esta flagrante injusticia, sufrida por miles de españoles y vascos, de vascos españoles, no parecía privar de sosiego a ninguno de los que ahora se mesan los cabellos ante la delgadez extrema de quien se empeña en rechazar la comida que se le ofrece? ¡Cuánta hipocresía! ¡Cuánta cobardía!
Doce magistrados decentes, 12 personas justas han rescatado la dignidad de una nación arrodillada por su Gobierno y buena parte de su clase política ante una banda terrorista. Han puesto las cosas en su sitio llamándolas por su nombre, sin dejarse engañar por estos cantos de sirena humanistas. ZP ha convertido al fiscal general del Estado en abogado defensor de etarras, pero no ha podido con los jueces. ¡Benditos sean! Y si el recluso De Juana Chaos decide llevar su huelga hasta el final, cosa que jamás ha hecho un miembro de ETA, no seré yo quien le llore.
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