LUCIA MÉNDEZ
Ha dicho María San Gil que a ella no le preocupa que De Juana Chaos viva o muera. Y seguro que en eso coincide con la mayoría de los españoles. Aunque para no preocuparle el asunto, la presidenta del PP vasco lleva dos semanas sin parar de hablar del etarra. Igual que fiscales, jueces, ministros, presidentes autonómicos, portavoces, asociaciones de víctimas, médicos, intelectuales, periodistas... Quince días sin hablar de otra cosa. El etarra De Juana, además de llevar a su cuerpo al borde del abismo, ha secuestrado el debate público de este país. Él solito ha logrado, según una interpretación bastante extendida, situar al borde del abismo al mismísimo Estado de Derecho.
Y digo yo que el Estado de Derecho no puede ser tan frágil como para que el etarra lo pueda triturar del mismo modo que está machacando su propio cuerpo. Sobre todo, porque este Estado tiene una experiencia de casi 40 años combatiendo el terrorismo y nunca se ha rendido. Y también porque, en contra de muchas interpretaciones, este Estado de Derecho cada vez da mayores muestras de no pasar ni una a los terroristas y a quienes les apoyan, como ponen de manifiesto la sentencia del Supremo considerando terrorismo la kale borroka o la propia decisión de la Audiencia rechazando las pretensiones de De Juana.
Lo preocupante no es la salud del Estado de Derecho, bastante más robusta que la del etarra. Lo preocupante es que ETA, en todas sus variantes, se haya convertido en el monotema de la política española. ¿Es que no hay otras cosas de las que hablar? Nos tienen asfixiados, cada uno con sus obsesiones. Zapatero parece incapaz de pensar en otra cosa que no sea el fantasmagórico proceso de paz que ETA hizo saltar por los aires.
El Gobierno está ausente. Ahí tenemos a un ministro de Justicia, prácticamente en funciones, con la que está cayendo. Es inexplicable que Juan Fernando López Aguilar sea ministro y candidato a unas elecciones que están a la vuelta de la esquina. El presidente del Gobierno está rayando en la irresponsabilidad al no proceder a su relevo.
La oposición tampoco da muestras de una mayor lucidez. El PP no ve más allá de ETA, creyendo que así dará el golpe de gracia al okupa de La Moncloa. La ceguera que afecta a la clase política es notable, porque el obsesivo debate en torno al terrorismo no beneficia a nadie y perjudica a todos. No beneficia a Zapatero, atrapado entre los que le acusan de estar cediendo a la banda y los que le consideran el verdugo de De Juana. Ni al PP, cuyo extremismo se le ha vuelto claramente en contra. No beneficia a la Justicia, permanentemente puesta en el disparadero. Los jueces y fiscales se ven obligados a tomar decisiones complejas bajo una presión ambiental insoportable.
Estamos a tres meses de unas elecciones municipales y autonómicas decisivas para PP y PSOE, aunque nadie lo diría. Esperemos que alguien ponga cordura porque seguir con esta matraca hasta las elecciones generales, para las que falta un año, resultaría insoportable.
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