Domingo, 28 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6251.
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 CRONICA
Chelsea Clinton
¿LA PRIMERA HIJA DE DOS PRESIDENTES?
PABLO PARDO. Washington

El 20 de enero de 2008, cuando todavía le falten cinco semanas para cumplir los 28 años, Chelsea Clinton puede convertirse en Historia viva de Estados Unidos. Porque, si ese día su madre, Hillary, jura el cargo de presidenta, Chelsea se habrá convertido en la primera persona que es hija no de uno, sino de dos presidentes. A eso hay que sumar el tiempo que asumió las funciones de Primera Dama -aunque nunca tuvo ese puesto, ni siquiera de forma interina- en enero de 2001, cuando Hillary ya estaba ocupando su actual escaño en el Senado. Todo un currículo político envidiable. Y, sin haber hecho realmente nada para conseguirlo. Por mor de la genética, Chelsea está a punto de lograr un puesto, si no en las enciclopedias, sí al menos en el Trivial político de Estados Unidos.

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Todo un triunfo para esta joven que, en teoría, no parece diferenciarse de cualquier otra de su edad y clase socioeconómica. Chelsea sufre alergias feroces en primavera. Fue a un psicólogo a los 18 años cuando su novio la dejó. Vive, precisamente, en Chelsea, un barrio progre de Nueva York que es la meca de la comunidad homosexual de la ciudad. Y ni siquiera estaba en el censo en las pasadas elecciones legislativas del 7 de noviembre.

Claro que no todas las chicas de clase alta de EEUU se van de juerga con Madonna y Gwyneth Paltrow. Ni, cuando bailaban ballet como actividad extraescolar en la adolescencia, fueron invitadas a formar parte del Ballet de Washington, una de las compañías más importantes del país. Ni han sido crucificadas por la derecha estadounidense, basándose en dos argumentos tan incontrovertibles como estúpidos: que es fea y que, en 1999, en mitad del escándalo provocado por la relación sexual de Bill Clinton con la becaria Monica Lewinsky, dejó que la prensa le hiciera fotos posando con su padre y su madre, dando la imagen de una familia feliz. Semejantes crímenes nunca fueron perdonados por los republicanos que, de todas formas, ya proyectaban sobre la joven el odio que profesan por sus progenitores. «Odio a Chelsea Clinton», escribió en 2001 el periodista John Derbyshire -que, encima, no es estadounidense, sino británico- en la revista conservadora National Review. ¿La razón? «Lleva la marca. Es una Clinton».

A pesar de esa marca, Chelsea siempre se ha mantenido al margen de la política. Se ha limitado a desempeñar el papel de hija obediente y fiel. Y, a cambio, sus padres han protegido su intimidad hasta unos extremos sólo equiparables a los que los Bush han empleado para aislar de la prensa a sus gemelas, Jenna y Barbara. Aunque no siempre con éxito. «Tengo fotos que muestran a su madre mirándola en la Casa Blanca con cara de: "Pero, hija, ¿por qué te has puesto esa minifalda tan corta?"», recuerda en declaraciones a CRONICA la fotógrafa Diana Walter, que ha tenido acceso a la vida privada de todos los presidentes de EEUU desde Ford hasta Clinton.

Claro que eso era antes. Hoy, Chelsea ya no es una adolescente. Es una licenciada en Relaciones Internacionales por Oxford -la Universidad donde estudió su padre, aunque él con una de las becas más prestigiosas de EEUU- y una empleada en el hedge fund-un tipo de gestora de fondos de inversión- Avenue Capital Group, que maneja un patrimonio de 9.200 millones de euros. Sus minifaldas hoy ya no interesan a nadie. No tiene que cumplir el papel de hija ejemplar. Si su madre se muda a la Casa Blanca, ella seguirá en Nueva York.

Es un cambio significativo que la ha puesto en la primera plana de la actualidad política. La niña se ha convertido en mujer. Así que, ¿qué papel va a interpretar en la carrera electoral de Hillary? Con su padre, no hay dudas: todos los analistas coinciden en que va a ser una especie de Duque de Edimburgo, es decir, una figura en la sombra que, en la práctica, va a codirigir la campaña de su mujer. Con Chelsea las cosas no están tan claras.

CONSEJO Y AYUDA.

«Le pido consejo y ayuda, y voy a continuar haciéndolo». Ésa fue toda la respuesta que dio Hillary Clinton a sus seguidores el martes pasado, en una entrevista en Internet. Claro que la ex primera dama también dejó claro que Chelsea sigue siendo territorio privado: «Creo que no debemos exponer a nuestros hijos a los medios de comunicación».

En realidad, Chelsea ya ha tenido un cierto papel político. Al contrario que su marido, Hillary Clinton sufre una espectacular falta de carisma -lo que constituye un serio problema en EEUU- y, cuando quiere ser ingeniosa o provocadora, suele obtener resultados espectacularmente malos. En mayo pasado, no tuvo mejor ocurrencia para solidificar su giro hacia la derecha que decir que «los jóvenes de hoy creen que el verbo trabajar es un taco». Chelsea, que entonces estaba cobrando en la consultora McKinsey alrededor de 80.000 dólares netos anuales -unos 60.000 euros, cifra que no da para vivir en el barrio neoyorquino en el que reside-telefoneó a su madre para quejarse. La anécdota fue, evidentemente, difundida por el equipo de Hillary, para dejar claro que la senadora es, por encima de todo, una madre. Una impresión que se ha reforzado ahora con la súbita reedición del libro de la candidata sobre su experiencia como madre.

Así que, con un marido y una hija en la sombra, Hillary Clinton prosigue su difícil ataque a la Casa Blanca, un puesto que, por su acumulación de poder-y, en el caso de su marido, Bill Clinton, de escándalos-ha sido comparado con el de Reina de Inglaterra. Y ahí, tal vez, Hillary sí que deba tener en cuenta lo que le dijo Chelsea cuando, a los 9 años, viajó a Londres con su padre y su madre y visitó una exposición sobre la familia real inglesa: «Mamá, creo que ser rey o reina es muy duro».

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