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La ley debe ser como la muerte, que no exceptúa a nadie (Montesquieu) |
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El arte total |
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ALBERT VILARDELL
Se ha definido la ópera como arte total ya que en una representación podemos encontrar todas las facetas artísticas: la música, el canto, el teatro, el mundo plástico a través de las escenografías y, en ocasiones, el ballet, lo que permite desarrollar diferentes sensibilidades. Como toda actividad creativa, está en continua evolución y va asimilando las corrientes más modernas. Cuenta, además, con un patrimonio de muchos siglos, con obras que, a pesar de su antigüedad, siguen subiendo a los escenarios y recibiendo el favor del público, con un repertorio que va recuperando las grandes joyas de la música, algunas olvidadas: primero fue el belcantismo, más tarde las creaciones barrocas.
La ópera empezó como un fenómeno aristocrático, que se daba en las diferentes cortes de Europa, especialmente en Italia y Francia. Luego se fue desarrollando por el resto del continente, llegando también a América y a todo el mundo civilizado. Pero fue tal el impacto conseguido que se convirtió en un acontecimiento popular y surgieron los primeros teatros, que mostraron el género a las clases menos acomodadas. Durante muchos años, se ha creído que la ópera era un espectáculo elitista y, aunque hay una parte de verdad en ello, no es menos cierto que las clases populares que se han interesado por la música han tenido la posibilidad, aunque con esfuerzo, de poder gozar de ese placer. No obstante, siempre está presente el problema de la capacidad de las salas o el elevado coste de una representación, circunstancias que no siempre facilitan la asistencia.
A esta divulgación han ayudado sin duda las músicas autóctonas. En el caso de España, a través de la zarzuela, muchas personas se han aficionado a la música. En los últimos años, estamos asistiendo a un nuevo redescubrimiento de la ópera, al que han contribuido los grandes teatros españoles, tradicionales o modernos, como el Gran Teatro del Liceo de Barcelona, el Teatro Real de Madrid o el Palau de les Arts de Valencia, pero también los de aquellas ciudades que con empeño han ido realizando temporadas, como las programadas en Bilbao, Oviedo, Sevilla, etcétera, a las que se van uniendo otras localidades españolas.
Un hecho que ayudó a la difusión de la música fue la invención del fonógrafo, primero en discos de 78 revoluciones, más tarde en los elepés y, en la actualidad, con los CD. Esto permitía oír las mejores voces, tanto antiguas como actuales, relajadamente en el sillón de la propia casa y, aun sin contar con el elemento escénico, fue un estímulo para incrementar la afición. Con las nuevas tecnologías, se pudieron ver las primeras retransmisiones de óperas por televisión, lo que permitía gozar de todas las facetas de la ópera. Más tarde llegó el láser disc, que no acabó de cuajar, y en los últimos años el formato DVD ha irrumpido con fuerza, con una mejora técnica que permite un sonido de gran calidad y una imagen cada vez más nítida. Estas mejoras han sido complementadas con una actividad, la de director de grabación, de la que han surgido grandes profesionales, los cuales permiten sacar una gama de perspectivas para disfrutar de todo lujo de detalles. Algunos de ellos, no visibles en el teatro, ya sea por la distancia o situación, ya sea por la cantidad de sensaciones que el melómano recibe, difíciles de asumir a la vez.
Cualquier arte en general y la ópera en particular tienen un proceso acumulativo con obras en las que es más fácil entrar, con melodías más pegadizas que se recuerdan fácilmente, otras en las que la inmersión requiere una evolución y una mayor atención para ir descubriendo las grandes bellezas que el compositor ha creado. Y, finalmente, algunas que precisan una profundización todavía mayor y numerosas escuchas para captar su grandeza.
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