La última carta de Maria Callas, como era de esperar, es tan teatral como conmovedora. «En estos momentos terribles / Sólo tú me quedas. / Sólo tú me tientas. / Ultima voz de mi destino. / Ultima cruz de mi viaje». Estos versos garabateados en italiano en un pequeño papel del londinense Hotel Savoy, ahora recuperados en una exposición organizada en el Instituto Italiano de Cultura de la capital británica, están llenos de simbolismo. Son las palabras desesperadas que pronuncia la heroína de la ópera La Gioconda, de Ponchielli, el primer gran éxito de Callas en Italia y una obra fija en su repertorio.
Sin embargo, lo interesante es el destinatario de esas palabras, que no era el fallecido Onassis, el gran antihéroe de la vida de Callas, casi sacado de una novela rosa. La nota, en realidad, iba dirigida a «T», abreviatura de Titta, que era como Callas llamaba a Giovanni Battista Meneghini, el hombre del que que se había separado 18 años atrás.
La carta, descubierta en el piso de la diva en París (no llegó a ser enviada) y hasta ahora casi desconocida, es un recuerdo evocador y fascinante que añade una dimensión más a la historia de la cantante, de cuya muerte se cumplen ahora 30 años.
Tres décadas en las que nunca se ha dejado de hablar de Callas, de su talento, de su carisma y de sus pasiones. A los 20 años de su muerte, por ejemplo, apareció la biografía Callas: the tigress and the lamb (La tigresa y el cordero), que la retrataba como a un depredadora sexual insaciable. Su presa preferida, se rumoreaba, eran los hombres homosexuales y se aseguraba que su vida estaba programada para la infelicidad.
Tres años más tarde, en 2000, algunos de los más obsesivos admiradores de Callas regateaban para llevarse su ropa interior, subastada ese año en Francia; otros condenaban furiosamente su puesta en venta.
Lejos de aquel alboroto, la Callas que se celebra este invierno en Londres y en Grecia (donde se ha decretado el Año Callas) es la más despreocupada, tranquila e íntima. En Londres se exponen las fotografías tomadas en el piso de la pareja en Verona y en la casa de campo que compartieron en Sirmione, cerca del Lago Garda. Y poco hay de tigresas insaciables en ellas. En la muestra aparecen también las notas que la cantante enviaba a su marido. «No hay una mujer en el mundo más feliz y afortunada que yo», escribió en una pequeña tarjeta. «No puedes hacer más por tu mujer», dice efusivamente en otra cuartilla.
Hasta cierto punto, hay truco. La Callas de la exposición londinense es la Callas que presentan los herederos de Meneghini. La Callas que se relaciona con el refinado Luchino Visconti, la que intima con un jovencísimo Franco Zeffirelli. Y, por supuesto, la que recibe la protección paternal de su esposo, 30 años mayor que ella. No hay, a cambio, imágenes de Callas con Onassis ni referencias al divorcio de la pareja. Pero sí está una pequeña tarjeta en la que la cantante escribió, con sólo 31 años: «Dejo todas mis posesiones a mi marido, Battista Meneghini».
«Aborrecible tutor»
Tras la muerte de la cantante, Meneghini quiso, pero no pudo, apoderarse del piso de París y de las posesiones de Callas. ¿Tenía razón para intentarlo? Quizá Meneghini pensaba que Maria Callas le debía su éxito. Y así lo intenta demostrar la exposición de Londres, dedicada a narrar la conversión de la cantante, regordeta y algo torpe en los 40, en la esbelta y sofisticada artista que triunfa en la La Scala en los 50. Después llegaron los 60, Onassis y los chismorreos, el declive vocal, los consejeros malintencionados...
Independientemente de los defectos de Meneghini («Eres como un tutor aborrecible», se dice que le dijo cuando el matrimonio estaba a punto de terminar), aquel matrimonio logró que Callas se sintiera segura sobre las tablas. Fuera de ellas, no está tan claro.
El relato Meneghini de la vida de la mítica intérprete no incluye la imagen de ella en su autoexilio final en París. La cantante se martirizaba recordando los logros del pasado, irrepetibles. Pasaba horas escuchando sus propias grabaciones y se deprimía.
Vista desde esta perspectiva, es posible que la fatídica nota no sea una muestra de un amor que renace por el ex marido, sin más bien un triste recuerdo de triunfos del pasado. «He tenido tanta gloria que mi orgullo me pide hacer incluso más», llegó a decir Maria Callas.